Aprendiendo a reconstruir
“La valentía más grande del ser humano es mantenerse de pie, cuando se está cayendo a pedazos por dentro” – Anómimo
Qué fácil es parecer grande cuando las cosas van bien. Cuando lo que se oyen son trompetas y fanfarrias, o cantos de sirena, en esos momentos es muy fácil bailar bajo la luna, saltar las olas, aullar con los lobos… Mientras la diosa fortuna nos sonríe, nos sentimos poderosos y poderosas, miramos desafiantes a propios y extraños, y todo porqué, porque somos geniales, nos vemos geniales, el mundo nos hace sentir geniales y ahí estamos, en lo más alto de nuestra atalaya, desde la que oteamos el horizontes y desde la que muchas veces nos permitimos el lujo de ser condescendientes con el resto del universo, cometiendo un error tan atroz como olvidarnos de la más importantes de las virtudes, sobre todo cuando las cosas nos van súper.
Nos estamos refiriendo a la humildad, por supuesto. A esa compañera de viaje que es la primera que solemos olvidar en cuanto llega su prima la soberbia, que arrincona a la humildad y se presenta ante nosotros como poseedora de la verdad absoluta. Convence a nuestro ego, y entonces irremediablemente nos hemos perdido.
Ahí es cuando demostramos de verdad cuán ruines y necios podemos llegar a ser y que la estupidez propia del género humano, realmente no tiene límites. Ser águila cuando el sol brilla en el horizonte y cuando nuestra corte nos rinde pleitesía, sinceramente no tiene mérito alguno, si apuramos, más bien todo lo contrario.
Ahora bien, cuando se tornan pintas, la cosa cambia. Cuando nuestro mundo se vuelve negro, las luces se apagan y lo único que vemos si levantamos la vista, es puro lodo, ahhhh… eso es ya otra historia. Y realmente lo es, porque el panorama no es nada atractivo, pero ahí es donde hay que demostrar de qué material se está hecho, y de verdad cuál es nuestra valía y nuestro valor.
Aquí es realmente cuando descubrimos si en nuestro interior habita un pajarito asustadizo, que prefiere esconderse en su nido, esperando a que escampe, a que vuelva a salir el sol o a que pase la tormenta, o sin embargo si nuestro espíritu es realmente de guerrero o guerrera. Si ante la dificultad y la adversidad somos capaces de crecernos, de sacar lo mejor de nuestro interior, y sobre todo de aprender de los errores, de reconocer nuestros fallos humildemente, de pedir ayuda, y sobre todo, de optar por darlo todo, por dejarnos la piel en la lucha por salir, por seguir, entonces sí que nos mereceremos esa alfombra roja y sobre todo esos apoyos de la grada.
De aquí hay varias lecturas que podemos hacer. La primera es que cuando las cosas nos van bien y todo son parabienes, hemos de tener la grandeza necesaria para no creernos más que nadie, ni el ombligo del mundo. En esos momentos es cuando menos caso tenemos que hacer a la siempre insinuante soberbia que nos hace creernos semidioses. La segunda es que ante la adversidad hemos de saber crecer, porque somos capaces de mucho más de lo que creemos, sobre todo si realmente nos esforzamos y decidimos darlo todo. La fuerza que nace de nuestro interior, si somos capaces de dejarla salir, nos va a sorprender muy mucho. La tercera, creo que es la más importante y es algo de lo que hemos hablado en otras ocasiones. No tener vergüenza por el fracaso, ni miedo a equivocarnos. Somos lo que somos porque somos el producto de micro éxitos y de micro fracasos. No pasa nada porque las cosas no nos salgan bien, siempre que aprendamos e intentemos que no se vuelva a repetir.
Los fracasos, si sabemos aprender de ellos, pueden ser la base de éxitos futuros, así que no despreciemos la oportunidad de hacerlo. Y esto no son palabras vacías o bonitas. Esto son palabras que se basan en la experiencia propia y en la realidad de haberlo hecho. Sin ser súper hombres, ni súper mujeres, sólo con compromiso, acción y constancia, se puede construir casi cualquier cosa que queramos… y esto lo dice quien está reconstruyendo después de que haya pasado un tsunami. Así que ¿te vas a esconder o vas a hacer?