Tiempo de reflexión
“No podemos reflexionar a fondo sobre nosotros mismos, sin alcanzar por ese camino a los demás. Un hombre no conoce de los demás hombres, sino lo que ha aprendido a conocer de sí mismo y de sus semejanzas y desemejanzas con los diversos tipos humanos” – Victoria Ocampo
Hoy se abre un tiempo nuevo, comenzamos una nueva etapa que debe de estar regida por la capacidad para dialogar, para poner los intereses comunes por encima de los particulares, y para aprender a pensar en nosotros y en lo nuestro, antes de que en lo mío y lo tuyo. Esta afirmación que es una realidad, nos debe de hacer reflexionar. Hoy todos vemos muy claro que los resultados electorales, suponen un toque de atención a la clase política, en particular a los que están y sobre todo a los que han tenido poder. Desde luego que es así, pero ¿y la ciudadanía? ¿Nosotros no tenemos ninguna reflexión que hacer?
Hay una realidad que tal vez no queramos ver, pero que es una verdad absoluta. Los responsables políticos que hemos tenido, al igual que los que han llegado nuevos, para estar en la vida pública a partir de ahora, son el fruto de nuestra decisión. Son el resultado de nuestra acción o en algunos casos, incluso de nuestra inacción. Así que las críticas que les queramos hacer a ellos y ellas, primero nos las tenemos que hacer a nosotros mismos, porque somos quiénes lo hemos querido y lo hemos permitido.
A veces no somos conscientes del poder de un voto, y de lo que realmente puede suponer, o lo que es peor, en ocasiones nos creemos que con ejercer ese derecho, y «meter el sobrecito en la urna» cada cuatro años ya hemos cumplido. Estamos viviendo tiempos compulsos, momentos de cambio, nuevos modelos económicos y sociales, incluso de participación, quieren abrirse paso, y dejar definitivamente atrás al siglo XIX, y la ciudadanía hemos de participar, cada cual desde su “trinchera” en ese nuevo orden que se está gestando. Es más fácil quedarse en la comodidad de mi sofá, de mi casa, de mi oficina, de mi trabajo, y sólo tener una postura proactiva cuando nos emocionamos en el bar, o en el mercado, o en el despacho, y en ese momento queremos arreglar el mundo, aunque al llegar a casa se nos olvide. O lo que aún es más doloroso, no reaccionar hasta que no escarmientas en carnes propias al respecto de lo duro que es luchar con los bancos, con la administración, no poder hacer frente a los pagos, y ver cómo tu mundo se derrumba bajo tus pies. En ese momento nos acordamos de todo lo que no hemos hecho, en ese momento miramos hacia los lados buscando una mano que nos ayude a no caer en el hoyo. A la desesperada tomamos consciencia de la ceguera absoluta en la que vivíamos y de lo cómoda y egoísta que era nuestra posición. Es en ese momento en el que nos acordamos de aquellas otras manos que quisieron agarrarse a nosotros y a las que no hicimos caso porque era más fácil mirar hacia otro lado. A fin de cuentas, si este nuevo tiempo nos está enseñando algo, es que nadie está libre de caer en desgracia. Así que tal vez deberíamos empezar a hacer y no sólo a ver hacer.
Desde la ciudadanía esta es la reflexión que podemos hacer, pero desde el lado de la política y los responsables públicos, modestamente también tendrían que hacer un profundo examen de conciencia, analizando qué han hecho bien y qué mal. Probablemente sea el momento de tener claro que los votantes son ciudadanos, son clientes y no administrados. Que en el siglo XXI no se puede gobernar para la gente, sino que hay que hacerlo con la gente. Y algo absolutamente imprescindible, en política hay que predicar con el ejemplo. No vale decir. Hay que hacer, y sólo después de hacer y de demostrar, entonces se podrá pedir.
Por tanto, se abre un nuevo tiempo, lleno de retos tanto para la ciudadanía como para aquellas personas que quieren dedicarse, ojo, no a la política, sino que al servicio público. Este nuevo orden se debe basar en el principio de la acción, no en el de la «expectación». Ojalá esta crisis y este tsunami económico, social y político, al menos nos haya dejado esa enseñanza.