Sólo haciendo, aprendo

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“Lo más difícil de hacer es ser fiel a ti mismo, sobre todo cuando todo el mundo te está mirando” – Dave Chappelle

Llevamos varias semanas hablando de la necesidad de hacer, de hacer y de hacer. No podemos cambiar las cosas desde la comodidad de nuestro sofá, desde el bastión de nuestro despacho, o desde la tranquilidad de nuestro círculo de conocidos. Ahí queremos seguir incidiendo, una vez más. Todos deseamos que pasen cosas, la mayoría anhelamos cambios en nuestro trabajo, en nuestra vida personal, en nuestro entorno, en todo. Los deseamos, queremos que lleguen, pero la mayoría de las veces lo hacemos como un simple acto de fe. Esperamos a que pasen, pero no hacemos que pasen. Y lo mejor de todo, las miles de teorías que desarrollamos para conseguir el cambio, pero que no ponemos jamás en práctica. Somos muy de establecer sabiamente lo que habría que hacer, por dónde se debería de ir, cómo habría que proceder, pero luego… ¿ah? Luego nos quedamos ahí. Está claro que si el gato tuviera un cascabel todos los ratones seríamos felices y estaríamos más a salvo, porque lo oiríamos venir, ahora bien ¿quién le pone el cascabel al gato? Eso es ya otra cuestión.

Las teorías están muy bien, hay que dominar el conocimiento, eso nadie lo niega. Pero si echamos la vista atrás, ¿cuántas cosas que aprendimos de memoria y que nos sabíamos perfectamente hemos olvidado? Miles, seguro que sí. El siguiente nivel es el de entender, no sólo sabemos, si no que entendemos algo. ¿Quién no recuerda aquellos problemas de matemáticas que parecían estar escritos en sánscrito? La pizarra era un galimatías tremendo, hasta que de pronto eras capaz de entender lo que representaba y así como por arte de magia, todo lo que era incomprensión y oscuridad se transformaba en luz y conocimiento. ¡Qué fácil era entonces! Pero también qué rápido se olvidaba si no lo ponías en práctica. Estabas en clase y habías visto la luz, se había hecho el milagro, pero si no te aplicabas a hacerlo rápido, cuando llegabas a casa volvía la desolación, no entendías cómo sacar aquello hacia adelante.

De todas esas cosas es de lo que queremos básicamente reflexionar hoy. Hacer significa también aprender. No sólo porque pones en práctica aquellas cosas que estudias, que piensas, que diseñas, sino que además porque en la gran mayoría de los casos, esta es la única forma de saber qué cosas funcionan realmente y cuáles no, o bajo qué parámetros pueden funcionar. No en vano el mejor sistema educativo es aquel que se basa precisamente en la formación práctica, sólo haciendo se aprende. Esta máxima que tenemos tan clara cuando somos pequeños, a veces parece que se nos va olvidando conforme nos vamos haciendo mayores. Cada vez nos volvemos más ratoncitos en asamblea, vanagloriándonos de las grandes ideas que tenemos, de lo genial que va a ser cuando oigamos al gato llegar con su cascabel y podamos escondernos, pero dejando que ese ente llamado “se” tenga que ser el principal actor y hacedor de todo.

El primer paso por tanto a seguir, es tomar la decisión de hacer y llevar las cosas a la práctica, y de hacerlo en primera persona. Vamos a empezar a decir “voy a …” lo que sea, y vamos a olvidar aquello de “se debería…”. Tras las palabras que utilizamos, hay una clara declaración de intenciones, nada es baladí, así que el compromiso al que debemos de llegar es como mínimo este. Voy a hacer, voy a ir, voy a llamar, voy a ver… Lo “voy” a hacer yo, y no voy a encargarle más cosas a “se” que debe de estar al borde de la desesperación, ya que le hemos dejado, cuál Hércules el peso del mundo sobre sus hombros.

No inventamos nada, no aportamos nada nuevo, seguimos incidiendo en un planteamiento encaminado a la acción que aunque podría parecer muy actual, muy vitalista, muy del recién mundo del coaching, es la gran tribulación de la humanidad, desde que el mundo es mundo. Pero eso no significa que a nivel individual no podamos ir haciendo cambios, que al final lleven a un cambio más global. No hay excusas, y voy a terminar por hoy, ¡ya!