Sumar es la primera operación aritmética que aprendemos en la escuela, por algo será… sumar significa ser más, hacer más, unir esfuerzos, aunar voluntades, en definitiva “juntar cosas”. Aunque si queremos ponernos exquisitos, sumar es según la propia Real Academia de la Lengua Española, añadir, reunir en una sola varias cantidades, es componer un total… pues bueno, esto que parece tan básico, tan claro de entender cuando somos tiernos infantes, se convierte en algo imposible, cuando somos adultos. Por ello, el propio devenir de las cosas nos lleva a cuestionarnos, a plantearnos ¿por qué? La pregunta, por tanto, que no podemos evitar, es ¿tan difícil es sumar? ¿Tan difícil es componer un total?
Si a esta dificultad tan grande que parece existir, le unimos la fantástica costumbre que hay en muchas casas de estar más pendiente de lo que se compra, de lo que se come, de lo que se gasta, de lo que entra o de lo que sale en las otras, que de lo que pasa en la propia, estando más atentos a lo que hacen los demás, que a lo que hacemos en la nuestra, mal vamos.
Pero es que la cosa no queda ahí, no, se complica aún más, cuando encima yo no hago, pero no soporto tampoco que los demás hagan. Protesto porque mi vecino hace, y quiero que no haga, pero yo soy incapaz de hacer, porque en vez de centrar mis capacidades y mis energías en crear, estoy más pendiente de destruir, de romper, de tirar…
Este paraíso es en el que lamentablemente nos toca vivir en muchas ocasiones. Hay pocas cosas más frustrantes que esforzarte por hacer, por sacar proyectos, por construir, y encontrarte con la cruda realidad, de que no sólo no te ayudan, sino que además, no te dejan hacer, no te dejan intentarlo… y ¿por qué? Porque permitir que los otros hagan, muestra mis vergüenzas, dejando al descubierto mi no hacer. Es muy triste, la verdad, y lo peor de todo es que no es una fábula, es la cruda realidad, que por desgracia nos toca vivir a muchos y a muchas. Luego llegan, te dan golpecitos en la espalda, te dicen valiente, te dicen valienta, pero siempre con la boca pequeñita, y mascullando entre dientes “ufff, menos mal que no salió, menos mal que no lo consiguieron”.
Qué hartura de sillones pesados que importan más que las personas. Qué pena que no sepamos valorar las iniciativas, qué duro es ver cómo se cortan las alas de aquellos que osan intentar volar. Hay olvidos que hacen posible la existencia, pero hay otros que nos están costando la misma vida. El bien general, del que hablaban los filósofos ilustrados ha muerto, se ha olvidado y no encaja en nuestro matrix cotidiano. Qué ilusos somos los que seguimos manteniendo la idea romántica de hacer pensando en que puede beneficiar a cuantos más mejor. Aquellos tontos de capirote que pensamos que la unión hace la fuerza, que juntos no ya sólo sumamos, sino que multiplicamos… en una sociedad como la nuestra… el veredicto ante esta locura, es el de la reina de corazones en Alicia en el País de las Maravillas… “que le corten la cabeza”.
Eso es así, y esta es la realidad que a muchos y a muchas nos toca vivir… pero ¿sabéis una cosa?, que muchos de nosotros pertenecemos a la generación para la que “del barco de Chanquete no nos moverán”, la misma que sabe lo que significa ¡Oh Capitán, mi Capitán!, así que como tenemos complejo de Custer, moriremos con las botas puestas, y al menos, nos quedará el que no consiguieron amordazarnos…
Puede ser que tengamos que buscar otros lares, y en el ejercicio de nuestra responsabilidad lo haremos, pero hoy por hoy, apostamos porque los malos no se saldrán con la suya. Somos de creer en la esperanza, y el verde es nuestro color.
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