El azucarillo hoy nos hace reflexionar acerca de uno de los mayores miedos que solemos tener, y que se convierte en uno de los principales obstáculos, ante nuestro propio crecimiento, incluso nos impide conseguir nuestra propia felicidad. Hoy vamos a hablar del cambio, de los cambios que llegan a nuestra vida, y de cómo los afrontamos.
Cuando soplan vientos de cambio, hay quien construye muros, pero también hay quien lo que hace es construir molinos. La llegada de un cambio a nuestra vida, da igual el terreno en el que se produzca, personal, familiar, laboral, afectivo, etc., nos suele producir vértigo y en muchos casos auténtica ansiedad, incluso cuando esos cambios pueden suponer una mejora.
El miedo a que las cosas sean diferentes, el miedo a lo desconocido, es probablemente uno de los mayores frenos que ha tenido la humanidad en su evolución, y aún sigue siéndolo. Incluso cuando las cosas van mal, incluso cuando no somos felices en nuestra relación, en nuestro trabajo, en nuestra vida, los cambios nos asustan. Los españoles somos muy de “más vale lo malo conocido, que lo bueno por conocer”, como reza nuestro sabio refranero. Esto podría resumir muy bien nuestro carácter y nuestra propia forma de afrontar incluso, nuestra mismísima existencia. Prefiero vivir de forma poco feliz, prefiero vivir de forma desgraciada, prefiero vivir, sin vivir, pero eso sí, de una forma conocida. Nos acomodamos en las situaciones existenciales en las que estamos, nos quejamos, queremos que las cosas sean diferentes, pero nos da miedo hacer lo necesario para conseguirlo. Unas veces es porque nos conformamos y nos engañaos, igual que la zorra cuando dejó de saltar para conseguir las uvas pensando que seguro que no estarían buenas. Otras veces es porque nos escondemos, nos da miedo mostrar lo que somos, nos da miedo el rechazo, nos da miedo la diferencia, nos da miedo ser mejores, nos da miedo tener brillar con nuestra propia luz. Otras veces es porque no encontramos la motivación suficiente que nos lleva a asumir el sacrificio para llegar a esa meta, que no mencionamos, para así no sentirnos frustrados por no alcanzarla. Al final, la verdad es que consumimos nuestra vida, mirando nuestro ombligo, pensando que ¡ojalá fuera diferente!, pero sin hacer nada de verdad por conseguirlo. Nos da miedo ser nosotros quiénes lo hagamos diferente, porque eso supone tomar decisiones, y una decisión siempre implica la posibilidad de equivocarse, de errar. Pero la pregunta es ¿y qué si me equivoco? ¿y qué si lo hago mal? No pasa nada, siempre a que aprenda que así no se hace.
Cuando se avecinan cambios, en muchos casos intentamos evitarlos. Inventamos nuestros propios sistemas de bloqueo, para que hagan que sigamos en nuestro pequeño círculo de comodidad, que aunque muchas veces sea incómodo, triste, feo, es conocido, y parece que eso es lo que realmente nos interesa. La cobardía, parece estar en nuestro ADN. Nos da miedo lo desconocido, lo diferente, y eso es lo que nos hace precisamente que no crezcamos, que no lleguemos a ser todo lo que podríamos, que la potencia no llegue a ser acto. Esto nos hace tener una existencia anodina. Esto es lo que nos hace sentirnos seres desgraciados. Muchas veces pedimos un cambio, porque no nos gusta nuestra vida, pero sin embargo, no hacemos nada para que las cosas sean diferentes. Ante los cambios vemos obstáculos en vez de ver oportunidades, en vez de ver que son el tren que nos puede llevar hasta una vida mejor, más plena, más nuestra.
No somos felices en nuestra relación, pero nos da miedo de dejar a nuestra pareja, porque “más vale lo malo conocido, que lo bueno por conocer”. No nos gusta nuestro trabajo, no nos hace felices, pero no hacemos nada por conseguir otro que nos llene porque “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”. Queremos que mejore nuestra salud, pero no cambiamos nuestros hábitos, queremos que mejore nuestra imagen, pero ni siquiera nos atrevemos a teñirnos el pelo.
Los cambios son los que mueven el mundo, los cambios en sí mismos siempre son positivos, porque suponen una evolución, aunque las consecuencias que traigan puedan suponer una situación que nos guste menos que la anterior. Los cambios son oportunidades y como tales hay que afrontarlos.
No debemos de tener miedo a cambiar, debemos saber encontrar esa motivación que me sirva para dar el salto, para hacer el camino. Tenemos que aprender a llevar la tabla de surf que nos permita coger las olas, disfrutarlas, aprovecharlas, y no ahogarnos enfrentándonos a ellas. Los cambios a veces son sencillamente imparables, porque son una evolución, y querer evitarlos, pararlos, obstaculizarlos, no nos servirá de nada, y al final, nuestra vida podrá parecerse a una zona que acaba de ser arrasada por un tsunami, porque un cambio si no sabemos adpatarnos, vivirlo, hacerlo, puede tener los mismos efectos en nuestra vida, en nuestra propia persona, igual que un tsunami.
Por ello nuestra actitud debe ser diferente. Debemos estar abiertos. Debemos aprender a ganar de las trasformaciones, a sacar lo positivo, a disfrutarlas. No dejemos que nuestros miedos, que nuestros hábitos, que la sensación de falsa seguridad, dominen nuestra vida, y nos hagan seres infelices, seres que quisieran otra cosa, pero que no se atrevieron a vivirla.
Aprendamos a construir molinos, aprendamos a coger las olas, aprendamos a utilizar el viento, pero dejemos de tener miedo, de enjaularnos, para evitar el cambio, incluso aunque esa jaula en la que estemos, sea de oro. Cambiemos, porque la recompensa es ser lo que queremos, vivir como realmente somos. Al final del camino está nuestra propia felicidad, así que merece la pena.