¿Para qué? ¿Por qué te metes en eso? No te esfuerces, no tiene sentido. Cuántas veces hemos oído esas frases, o lo que es peor, cuántas veces hasta las hemos buscado para que así se callara nuestra conciencia y nos quedáramos tranquilos por no ser capaces de perseguir nuestros sueños.
Desde esta ventanita pensamos que aunque hayamos podido hablar en otras ocasiones de este tema, hoy primer lunes oficial post Navidad, es el momento perfecto para volver a abordarlo. Las fiestas a las que acabamos de sobrevivir llevan aparejadas, en general, un exceso de emociones, lo que además se asocia con la línea espacio temporal que nos han enseñado, desde los romanos, qué significa un nuevo comienzo. Supone un corte, aunque sea en forma de punto y seguido, muy propicio para decidir qué cosas queremos cambiar, qué cosas queremos hacer. Estamos en la época de las buenas intenciones, de los propósitos de cambio, de renovación, de valentía, de lucha… y lo cierto es que aunque es algo estupendo, muy positivo en general para nuestras vidas, no es menos verdad que en muchos casos, duran muy, muy poco. Por ello y porque en muchas ocasiones lo hemos vivido y protagonizado en primera persona, hemos querido parar hoy y hacer una reflexión al respecto.
El más importante sin lugar a dudas, va a ser el propósito irrenunciable de no rendirnos jamás. Seguir peleando cada día por aquello en lo que creemos y por aquellas personas en las que creemos. Eso lo prometemos, lo juramos, y lo porfiamos. Este compromiso supone otro casi implícito, levantarnos siempre después de caernos. Secarnos las lágrimas, limpiarnos los mocos, sacudirnos el polvo y seguir hacia adelante. Esa frase propia de tazón para café con leche mañanero, de está permitido caerse, pero es obligado levantarse, la hacemos cien por cien nuestra, y la asumimos como axioma vital.
Además vamos a esforzarnos especialmente por intentar hacer más bonito el mundo, y para ello, lo haremos poniendo nuestro granito de arena para mejorar las pequeñas cosas que nos rodean, para ayudar a quienes están cerca. Repartiremos sonrisas, y hasta risas, como la mejor respuesta a la maldad o a la tristeza. Prometemos dar al menos tres abrazos todos los días, pero de los de verdad, de los que duran más de diez segundos. No dejaremos de tender nuestra mano a quienes nos necesitan. Incluso intentaremos alargarla más.
Quejarse no es opción. Renunciar a los sueños es el mayor acto de cobardía y la mayor de las deslealtades, hacia nosotros mismos. Por eso volveremos a creer, a contagiar el optimismo, las ganas, el valor… aunque lloraremos cuando sea necesario. Aunque tendremos nuestros momentos de enfurruñarnos, pero no dejaremos que ni la tristeza, ni la ira, lleguen a reinar en nuestros corazones.
Con respecto a quienes llevan la mezquindad por bandera, la envidia por patria y la ambición desmedida como verso de vida decirles, que al final, recogemos lo que sembramos, y que por eso aquí, en esta casa hemos optado por sembrar, trabajo, ilusión, ganas, valor, coraje y sobre todo, sonrisas.
“No tengas miedo de avanzar y arriesgarte. Ten miedo de no hacer nada y quedarte en el camino” – Anónimo
Esta semana queremos hablar del miedo,esa emoción humana que nos paraliza, nos convierte en conejillos asustados, o en avestruces haciéndonos esconder la cabeza. Es probablemente una de las emociones que menos sabemos controlar, que más nos domina, a veces sin ni siquiera ser conscientes de ello. Esa sensación de angustia que nos provoca, que muchas veces es más imaginaria que real, hace que dejemos de buscar nuestras metas, que dejemos de andar nuestro camino, para quedarnos en nuestro pequeño círculo de comodidad, que bueno o malo, nos es conocido.
El miedo hace que no te atrevas a hacer cosas en las que probablemente podrías tener éxito, pero la angustia ante el fracaso (miedo) hace que no te atrevas y quién sabe, que a lo mejor no seas ese artista, esa bailarina, ese pintor o esa motorista… nunca sabrás si podías o no haber llegado, porque tu miedo a no conseguirlo, impidió que lo intentaras…
Otro miedo es a lo desconocido. El resultado que provoca es el mismo. La inacción por temor a lo que pueda pasar, a lo que me pueda encontrar, a lo que pueda aparecer, a lo que pueda descubrir…
¿Y qué decís del miedo al ridículo? A que se rían de mí. A que no me tomen en serio. A que crean que como profesional no estoy a la altura, a que no sé contar chistes, cantar, o bailar… mejor de verdad, quedarse quitecito o quietecita, a ser posible en un discreto segundo plano y así no habrá que enfrentarse a la posibilidad de que haya quien se burle o quien se ría, o quien bromee con lo que hacemos, o con cómo nos movemos…
Ahhhhh el miedo, ese malvado que nos hace ser grises cuando tal vez podríamos brillar. Que nos hace dejar de reír, de sentir, de gritar, de ser libres, en definitiva de ser nosotros mismos. Claro está, es que el miedo es muy malo. ¿Verdad? Pero una pregunta ¿qué hacemos para luchar contra el miedo? ¿Cómo lo enfrentamos? ¿O es que simplemente muchas veces lo utilizamos como excusa, ya que nos viene muy bien, para así poder justificar ante el mundo ante nosotros mismos, simple y llanamente nuestra cobardía? Sinceramente, muchas veces sí. Aunque claro está, no faltarán las voces que lleguen a explicar que se trata de prudencia, se trata de sensatez, se trata de precaución… jajajaja… vamos a llamar a lo blanco, blanco y a lo negro, negro, es COBARDÍA.
Cierto es que existe o debe existir dentro de nosotros el respeto, es decir la capacidad de analizar y valorar lo que vamos a hacer, lo que vamos a emprender, para de esta manera, intentar hacerlo de la mejor forma posible. Para que lo hagamos intentando que las posibilidades de éxito sean mayores. Pero eso es respeto, y es positivo, no es miedo, porque el miedo, siempre es negativo, básicamente porque te anula como ser humano, te arrincona y lo que es peor, te hace creer que esa es la mejor opción, la de la prudencia… repetimos, como las natillas, jajajajajaja. ¿Prudencia?
Lo cierto es que el no enfrentar nuestros temores, nos lleva a la mediocridad, a no alcanzar nuestra verdadera felicidad, a no ser capaces de llegar a ser todo aquello en lo que nos podemos convertir. Si somos capaces de dar el paso y abandonar lo que nos da confort, lo que no nos asusta, estaremos a un tris de abrir la puerta a infinitas posibilidades. No olvidemos que las personas ganadoras, no tienen miedo de perder, porque fracasar es sólo parte del proceso del éxito, sólo tenemos que ser capaces de seguir adelante.
El ejercicio que os proponemos esta semana es bien fácil y a la vez el más difícil del mundo. Vamos a atrevernos a decir, al menos tres cosas que haríamos si no tuviéramos miedo. Miedo al fracaso, a lo desconocido, a errar, a hacer el ridículo, a caerme…. Al menos tres… ¿Somos valientes al menos para reconocerlas? Está claro que ese será el primer paso en el camino hacia vencerlas. Pasad buena semana y no olvidéis este ejercicio. Sed valientes. La recompensa es nada más y nada menos que LA FELICIDAD.
Si alguna vez no te dan la sonrisa esperada, sé generoso y da la tuya, porque nadie tiene tanta necesidad de una sonrisa, como aquel que no sabe sonreír a los demás – Dalai Lama
Esta semana vamos a hablar de la actitud, pero hoy no vamos a hablar de fuerza, ni de coraje, ni de valentía, hoy queremos hacer referencia a una de las más poderosas armas que tenemos, pero que a la vez, menos utilizamos. Nos referimos a la sonrisa.
La vida es muy complicada, en periodos incluso puede llegar a ser desesperante. Los problemas se multiplican, y hay ocasiones en las que nos convertimos en bomberos profesionales. Siempre apagando fuegos, siempre de arriba hacia abajo, siempre corriendo, siempre luchando. Estamos muy acostumbrados y acostumbradas a apretar los dientes, porque eso nos ayuda a seguir, eso nos imprime fuerza, nos imprime carácter. Nos han enseñado que en una negociación hay que fruncir el ceño, hay que poner carade pocos amigos, cara de poker, cara de perro, porque así nos irá mejor.
Las películas han hecho mucho mal, sobre todo aquellas en las que el “prota”, siempre está malhumorado, porque nos han hecho creer que la mala “baba”, que el malhumor y tener siempre aspecto de mal encarado, es a la postre lo mejor para conseguir los objetivos, para llegar a las metas…
Nos han engañado, haciéndonos creer que las personas que siempre parece que tuvieran algo metido por salva sea la parte, resultan más profesionales, más creíbles, más formales… De alguna manera nos han hecho creer, que las caras largas, los rictus egipcios, las narices mirando al sol, y las barbillas apuntando al viento, son la mejor carta de presentación de las personas “como dios manda”, de la “gente de bien”… son el símbolo inequívoco de tener capacidad, de unir en una misma persona la calidad y la cualidad… y poco a poco, lo hemos ido creyendo.
Pero hoy venimos a decir ¡basta! Hoy queremos reivindicar la risa y la sonrisa como las armas letales, contra la desesperación, el tedio, el aburrimiento, el dolor, el sopor, la tristeza, el enfado, la decepción, la pena del alma… ante cualquier cosa que nos haga sufrir, que nos haga padecer… Nuestra mejor arma tiene que ser una sonrisa.
No se discute con alguien que sonríe, se confía en la persona que sonríe, nos inspira paz, nos trasmite positivismo, nos ilumina el día, y sobre todo y ante todo, nos demuestra que en esta vida hay esperanza. Que las cosas ya son lo suficientemente feas y duras cómo para encima darles la satisfacción de mostrarnos tristes y cabizbajos… NOOOO
Abogamos por esa sonrisa que es capaz de iluminar un alma. Por esa sonrisa que está trasmitiendo el “sí se puede”, el “lo vamos a conseguir”, el “creer es el primer paso para conseguir”. Muchas veces pensamos que no tenemos razones para sonreír y ahí es dónde caemos derrotados por “la otra manera de entender la vida”. Siempre hay un motivo para sonreír, tan sólo hemos de aprender a buscarlo, a encontrarlo, a disfrutarlo, a dárnoslo.
No nos dejemos engañar por quien dice que la fuerza está en la seriedad, porque no es cierto. Os aseguramos, y de eso por estos lares se entiende un rato, que hay que ser mucho más fuerte para sonreír que para mostrarse serio. Hay que ser mucho más valiente para salir a la calle con una sonrisa pintada en el rostro, que con cara de no haber ido al baño en una temporada.
Aquí y ahora, os decimos que apostamos por la sonrisa, por enseñar los dientes, por arrugar la frente, por pronunciar las patas de gallo. Queremos sonreír para decirle al mundo, empezando por nuestra propia persona, que no nos vamos a dejar vencer. Que no vamos a tirar la toalla. Que por muy feo que nos lo pongan, por muy negro que nos lo pinten, #YoApuestoPorSonreír. Las lágrimas se acabaron, se secaron los lagrimales. Ahora es el tiempo de sonreír, no porque las cosas nos vayan mejor, sino porque nosotros vamos a hacer que nos vayan mejor, que es muy diferente.
No sucumbáis a la tristeza, al rostro enjuto, a la cara de mala hostia… no os dejéis engañar. En esta vida, sólo venceremos al mal, sea cual sea la forma en que aparezca, con una sonrisa, que además no cuestan, y una vez por ahí leímos que cuando se sonríe se hace ejercicio porque se ponen en funcionamiento más de 200 músculos. Así que risas y sonrisas, para conquistar el mundo. Ve por la vida regalando sonrisas, porque son gratis, ¡¡pero tienen un valor incalculable!!
“La gratitud es riqueza, la queja es pobreza” – Doris Day
Hoy queremos hablar del vil metal, sí de eso a lo que llamamos dinero, billetes, pasta, money… y miles de cosas más. Parece que nos han enseñado desde pequeñitos a que hablar de dinero es de mal gusto, y que es mejor no hacerlo. Esto lleva a que en una entrevista de trabajo salgas sin conocer el sueldo, incluso a que haya quien empieza a trabajar y no sabe lo que ganará. También a que no preguntemos el precio de determinadas cosas y después nos llevemos sustos de muerte. Hablar de dinero es de mal gusto, pero ¿por qué?
Está claro que el dinero no da la felicidad, eso dicen, y debe de ser cierto, porque hay personas que lo tienen, y además mucho, y sin embargo, tienen vidas muy desgraciadas. Aunque hay que reconocer que no tenerlo es también muy complicado y hace que las cosas no sean nada fáciles. Vivir con esa angustia perenne de si llegaré o no, de si podré o no, la verdad es que desde luego, recomendable para la salud no es. Es probablemente uno de los tipos más asfixiantes de “angustia vital”, os lo podemos asegurar… pero hoy la reflexión que queremos hacer es otra. Probablemente si preguntáramos en la calle, nos encontraríamos con que la gente nos respondería que la pobreza es la falta de dinero, la falta de recursos. De hecho esa es la definición que también da la Real Academia de la Lengua Española… aunque desde nuestro punto de vista, el significado real es otro.
No tener dinero, no es ser pobre, no tener dinero es simplemente un hecho temporal, mejor cuanto más momentáneo, pero no es una característica que defina a una persona. Ni mucho, menos, y pensamos que en ese sentido, tal vez estamos realmente muy confundidos y confundidas. El ser humano que es pobre es quien no atesora ningún tipo de cualidad. Es aquella persona que no es humilde, que se siente más que el resto. Es la persona arrogante, que piensa que es mejor que las demás. El pobre o la pobre son quiénes ponen su interés por encima de cualquier cosa, aquellos que son incapaces de dar, porque parece que sólo aprendieron a pedir. Pobre es quien no tiene valentía, quien prefiere esconder la cabeza bajo tierra y no remangarse y enfrentarse a la vida, a las personas, a las situaciones. Los pobres son los que no se atreven a vivir, los que prefieren estar dentro de su círculo de comodidad, dentro de aquellos que conocen, aunque lo odien, porque les falta ese espíritu rico que los haga querer crecer, querer volar, querer hacer más grande su mundo.
Pobres son quiénes preguntan primero ¿qué me vas a dar? Antes de decir, ¿en qué te puedo ayudar? Pobres son los que se conforman con lo que les viene, los que no luchan, no pelean por alcanzar aquello que realmente quieren. Renuncian a sus sueños, porque esa es la mejor manera de vivir en la anestesia, por si finalmente, después del esfuerzo, no pudiera llegar a cumplirlos. Pobres son quienes se levantan, pensando en acostarse, y quiénes cuando van a la cama se limitan a dormir, no a soñar. Pobres son las personas que cuando miran atrás o a los lados, ven que no hay nadie que las acompañe en el camino, porque nunca se preocuparon de cuidar a quiénes estaban, a quienes querían acompañar, a quiénes lo daban todo, y no pedían.
Como podéis ver se puede tener mucho dinero, y ser muy pobre. De la misma manera se puede no tener nada prácticamente y ser una persona rica. Una persona que lucha, una persona activa, una persona que inventa, que sabe que si te caes, te tienes que levantar, que sabe que en esta vida, los sueños sólo se alcanzan con mucho trabajo, con mucho esfuerzo, y aún así, sin ninguna garantía. Una persona rica es la que regala su tiempo, la que comparte, la que siempre está cuando se la necesita, la que no pide, la que da. La que sabe el valor de una sonrisa, y también el de las lágrimas. La que nunca llorará porque le duela algo, a no ser que ese algo sea el alma, y además lo hará sin esconderse, porque también se puede ser rico o rica en emociones, en sensaciones, en vivir las cosas tal como se sienten, aislándose del qué, del cómo y del con quién, tradicionales…
Dicho todo esto, hoy queremos decir algo, no tenemos dinero, las cosas son difíciles, pero sabemos que eso es un hecho temporal y externo… pero ojo, no somos pobres, tenemos la mayor de las riquezas, porque tenemos la valentía de enfrentarlo todo, de caernos y de levantarnos, de no parar de buscar, de no parar de creer, de no parar de hacer… no necesitamos nada más, porque lo tenemos todo. Son mucho más las cosas que tenemos que no cambiaríamos por dinero que las que sí, lo que nos hace inmensamente ricos.
“¿Quieres lograr lo que nunca has alcanzado? Necesitas hacer lo que aún no has intentado” – Antonio Gutiérrez
Hoy tal vez habríamos hablado de otras cosas, por ejemplo de lo que nos importa o no la opinión de los demás, pero vamos a incidir en algo que nos gusta mucho, y es el tema de la osadía, de la valentía, de atreverse a hacer cosas nuevas, cosas diferentes.
Lo cierto es que a todo el mundo nos gusta ser bueno en lo que hacemos. Nos hace sentirnos seguros, nos hace sentirnos hasta importantes, y la verdad, eso está muy bien. La seguridad de estar ante “lo que controlamos” nos hace estar felices, nos da mucho positivo. Es genial. Quien escribe, quien canta, quien baila, quien pinta, quien es un gran abogado penalista, o una excepcional peluquera o un incomparable electricista… da igual, lo cierto es que sabemos hacer algo, nos hace sentirnos bien, y la verdad ¿para qué cambiar? Absolutamente comprensible y absolutamente lógico. Si soy bueno en una cosa, ¿para qué me voy a arriesgar con algo que no domino? Pues bien, aquí está el auténtico quid de la cuestión.
Si hago algo medianamente bien ¿por qué intentar hacer otra cosa diferente y que no me salga igual? A esto evidentemente le podemos llamar sin miedo a equivocarnos, estar tranquilamente en nuestro círculo de confort. Sabéis que es un tema que nos gusta sacar de vez en cuando sobre todo para intentar que no nos acomodemos demasiado en ese estatus.
Lo desconocido por naturaleza nos da miedo, nos preocupa no ser capaces o no estar a la altura, pero está claro y lo hemos recordado muchas veces que el mayor condicionante que tenemos los seres humanos es el miedo, es el que nos hace perder batallas antes de tan siquiera librarlas. Hay un símil deportivo que nos encanta, y es el de los equipos que pierden los partidos en el vestuario, ya que cuando saltan al terreno de juego su actitud es ya la de “no voy a poder”, “no voy a ser capaz”, por lo que efectivamente, ni puedes, ni eres capaz, y te vuelves a casa con una derrota.
La vida nos ha enseñado, y esto os prometemos que está aprendido en carnes propias a que realmente no somos conscientes de lo capaces que somos, de las enormes posibilidades que tenemos para hacer cosas o para afrontar retos, hasta que de verdad no nos ponemos a ello. Lo cierto es que como vivimos en esa cultura en la que el fallo se penaliza como si fuera lo peor que nos puede pasar, lo que realmente nos cohíbe es ese miedo que se une al terror a fallar y que se nos estigmatice. La verdad nos gustaría que fuéramos hijos e hijas de otra manera de ver las cosas y de entender el mundo. Nadie nace enseñado y puede que esto debiéramos llevarlo tatuado en la frente todos, para que así estuviéramos todo el día viéndolo en el rostro de los demás. Errar es la manera de aprender. No se puede aprender por ciencia infusa o por ósmosis, sería genial, pero la cosa no va así. Hay que aprender haciendo y haciendo corremos el riesgo de equivocarnos, y de no hacerlo bien, pero sólo así es como aprenderemos.
Hoy en clase, hablando con los alumnos de estas cosas decíamos que la vida se sustenta sobre tres pilares, que son, el primero hacer, hacer, hacer y olvidarse de las perífrasis verbales de “voy a hacer” “tengo que hacer”… nada, simplemente hazlo. El segundo, que todo tiene que ser real y de verdad, es decir, no podemos vivir en la mentira, ni en la milonga, porque eso nos llevará a ninguna parte y nos aislará. Y tercero la humildad y el reconocer que necesitamos ayuda, que no somos mejores que nadie, y que por muy buenos que seamos en algo, siempre tenemos que aprender, siempre tenemos que mejorar, siempre tenemos que seguir aprendiendo, siempre que seguir mejorando, ya que en el momento en el que nos apoltronemos en el ya lo sé, sencilla y llanamente estaremos muriendo.
Y todo esto sabiendo que si nos equivocamos, no pasa nada, aprendemos del error, intentamos no cometerlo de nuevo, y seguimos hacia adelante. La vida es un continuo aprendizaje y un continuo proceso de mejora, que además si queremos que sea profunda y real, siempre tiene que nacer y partir de nuestro interior…
Hoy poníamos en clase también el ejemplo de los “tentetiesos” de los bebés. Esos muñecos que por más golpes que les das, y por más veces que den “hocicazos” en el suelo, vuelven a su posición original… Pues bien, ¿a que es un buen referente? Ya sabéis a partir de ahora, seremos como los tentetiesos que cuanto más rápido se caen, más rápido se levantan…
No os dejéis asustar ni intimidar por quien os llame fracasados o fracasadas por haber errado en algo o no haber conseguido un objetivo, porque a nosotros siempre nos quedará el haberlo intentado. No perdáis el partido antes de jugarlo… Jugar hasta el final, como si os fuera la vida en ello, sudad la camiseta, dejaos la piel en el terreno de juego, porque así cuando sea la noche y nos quedemos a solas con nosotros mismos en la soledad de nuestra cama, podremos cerrar los ojos con tranquilidad, sabiendo que lo hemos dado todo y que no nos hemos quedado con nada… eso sí que es vivir, eso sí que es, querer…