“Las metas son sueños con fecha de caducidad, y así como la vida te dio la posibilidad de soñar, también te dio la posibilidad de convertir tus sueños en realidad” – Anónimo
Calderón de la Barca decía que los sueños, sueños son, y que la vida es sueño… hay mucho tras esas palabras, es cierto, pero nosotros lo vemos de otra manera. La vida es sueño, ¿o tu vida puede ser tu sueño?
No estamos para trabalenguas, ni queremos jugar a “desembotijar un botijo”. No, pero sí estamos aquí para hablar de nuestros sueños. En estos días por diferentes motivos, hemos tenido ocasión de comentar con amigos, amigas, compañeros y compañeras, mucho acerca de los sueños. De lo que queremos conseguir, de a dónde queremos llegar, y de cómo y porqué de estos.
Cuando hablamos de sueños, parece que nos referimos a inalcanzables. Es como si buscáramos el vellocino de oro, que sería el que nos daría nuestro tan merecido reino. O que anduviéramos tras ese y “fueron felices y comieron perdices”… pero no es así. Si queremos algo, simplemente hemos de intentar alcanzarlo, por ello quizás no estaría de más, que empezáramos por cambiarle el nombre. Si a un sueño, lo llamamos meta, parece que lo estamos haciendo más accesible. A ese deseo de algo que queremos hacer o conseguir, lo despojamos de ese halo de idealidad y de esa manera, además de hacerlo más terrenal, también hace que perdamos excusas a la hora de lanzarnos a por ello.
Un sueño es una meta, y como tal se puede alcanzar. ¿Qué es lo primero que hay que hacer? Está claro, hay que empezar por hacerlo lo más accesible posible. Para ello lo primero es ponerle fecha, e intentar además sumarle todas las variables de “posibilidad” necesarias, tales como recursos a emplear, objetivos previos que conseguir. Si una meta es demasiado grande, lo que debemos de hacer no es para nada renunciar a ella… no seamos como la zorra con las uvas, y tras algunos intentos lo abandonemos, autoengañándonos y convirtiendo unas jugosas y deliciosas uvas, en algo que no merecía la pena, porque no iban a estar buenas…
Hemos de utilizar la técnica de la disección. Esta consistesencillamente en convertir el uno grande, en varios (pocos o muchos) pequeños. Por tanto, lo que hemos de hacer es dividir esa meta superior que queremos alcanzar, en metas más pequeñas que se vayan convirtiendo en escalones en nuestro camino, que nos vayan acercando a cumplir ese sueño…
Las guerras se ganan cuando se consiguen ganar batallas. De esta manera, cada triunfo por pequeño que sea, nos acerca a nuestra meta. Ahí es dónde hay que trabajar y dónde nos hemos de concentrar. Por ello no debemos de asustarnos. Si no que lo que tenemos que hacer es luchar de verdad por llegar a dónde queremos. No nos tenemos que venir abajo. Todo lo contrario. Por ello es tan importante que hagamos partes lo grande, para que así le perdamos el miedo y sobre todo, para que los pequeños logros, se vayan convirtiendo en la fuente retroalimentadora de nuestras ilusiones. El ver que vamos cumpliendo expectativas, que vamos consiguiendo avanzar paso a paso, es la dopamina que ayuda a que nuestro nivel de motivación no descienda.
Cuando te esfuerzas por conseguir algo, y parece que cada vez estás más lejos, es muy difícil seguir y seguir, y sacar las fuerzas necesarias para no abandonar. Nadie somos ni superman, ni superwoman, y es fácil que sintamos que no podemos, que no somos capaces… por ellorecordad siempre, que la magia está en nuestro interior, y que en esta vida tenemos que asumir riesgos…
No te arrepientas nunca de lo que haces, arrepiéntete sólo de lo que dejas de hacer. De lo que no te atreves a intentar, de lo que no te atreves a buscar, de lo que no eres capaz de abrir o cerrar.
La recompensa puede ser que tu sueño se haga realidad, así que simplemente haz gala de tu osadía, saca ese genio que llevas dentro, no desprecies tu poder, y por supuesto vive tu magia… Y si no llegas, siempre te quedará el haberlo intentado por encima de cualquier cosa…
Aquí estamos ya en ello… ¿a qué esperas? Mañana es tarde, así que…
La derrota es un estado de ánimo. Nadie ha sido vencido hasta que la derrota se haya aceptado como una realidad – Bruce Lee
Qué bonito se ve todo desde la perspectiva de la victoria, cuando todo son abrazos, besos, risas, felicitaciones. Hay pocas emociones que nos produzcan mayor subidón y que nos hagan sentir miles de sensaciones diferentes, todas positivas, todas … Está claro, la victoria es fácil de vivir, de sentir, de experimentar, y es una de las aspiraciones que como seres humanos tenemos, vencer. Pero ¿qué pasa cuando el resultado es una derrota?
Las derrotas duelen, muestran nuestras vergüenzas y nuestras debilidades. Pueden ser el detonante de rupturas, y el inicio de problemas. Pero esto sólo sucede, si nosotros lo permitimos. Quién no ha sido derrotado, no puede entender lo que supone la victoria. La miel del triunfo sólo se puede disfrutar en su justa medida, cuando se conoce la hiel del fracaso. Pero las grandes personas, no se forjan en las victorias, se forjan en las derrotas, ya que el arte de vencer sólo se aprende tras haber sido derrotado o derrotada en muchas ocasiones. Parecen palabras bonitas, pero son mucho más que eso. Están escritas desde el puro convencimiento de quién ha caído y ha sido capaz de levantarse. Todos podemos, si queremos. Pero tenemos que querer y tenemos que estar dispuestos a hacerlo. Caerse es lógico, es humano, es normal, porque no somos dioses, ni vivimos en el Olimpo. Somos humanos que fallamos, que nos asustamos, que nos quedamos atenazados, porque a veces precisamente el miedo a ser derrotados es el que se alía en nuestra contra y el que más pone de su parte para que la victoria se aleje de nosotros.
No hay grandes secretos, sólo se necesita un fuerte convencimiento de que se quiere lo que se busca, aquello por lo que se pelea, y que cualquier esfuerzo que haya que hacer por conseguirlo, es necesario, porque sencilla y llanamente, “si me caigo, me levanto”. La perfección tal y como la idealizamos sólo existe en el mundo de los cuentos. La perfección en nuestro mundo, en el real, es no dejar de intentarlo, es tirar la toalla la primera vez que te caes, es dejar que las lágrimas puedan contigo, en vez de utilizarlas como combustible mágico que te sirva para empujarte hacia tu meta.
A veces parecemos olvidar que las victorias son el fruto de muchas pequeñas derrotas y que el miedo puede ser nuestro peor enemigo, ya que intentará aliarse con nuestro ego, para que no sigamos intentándolo, así nuestra imagen superlativa no sufrirá, ya que si no hacemos algo, obviamente no lo podemos hacer mal (aunque bien, tampoco).
Así que no lo olvidemos, porque mañana es tarde, y ayer ya no existe, y mañana está por llegar, por lo que no debemos martirizarnos con lo que pudo haber sido y no fue. El ayer sólo está para intentar aprender de los errores, empezando por tener la valentía y la gallardía de reconocerlos, y afrontarlos y por supuesto de decir, aquí estoy para cambiar lo que tenga que cambiar, porque quiero, y como quiero puedo, porque sólo seré derrotado de verdad si soy incapaz de seguir luchando, de seguir intentándolo, de seguir creyendo.
La verdadera derrota, y no es palabrería, es no tener la valentía de intentar las cosas, no levantarnos cuando nos caemos. Si tras una caída buscamos aquello que nos dé el impulso suficiente para levantarnos de nuevo, habremos ganado. Pero si después de caer, me pierdo en las excusas, y no sigo intentándolo, entonces habré perdido, habré sido derrotado por mi peor enemigo. Mi procrastinación, mi cobardía, mi miedo.
Por lo que pueda pasar, y a quién le pueda interesar, decido seguir levantándome tras cada caída, pese a que sean muy dolorosas, a que me partan el alma, a que mis ilusiones se queden inválidas… seguiré intentándolo, simple y llanamente porque cuando tienes el convencimiento de que cuál es tu destino, no importa lo duro que sea el camino, ni las piedras que encuentres en él. Aprendes a ir disfrutando de cada momento, de cada instante, a vivirlo como si no hubiera un mañana, y por supuesto, a seguir caminando.
Que no te engañes, que nadie es perfecto y que todos y todas tenemos derecho a equivocarnos, a errar, a caernos, pero recuerda que este derecho lo ganamos, cuando nos obligamos a no dejar de pelear, a no dejar de intentarlo. Prediquemos con el ejemplo y que sean las obras y no las palabras, las que hablen por nosotros.
«Todos los triunfos nacen cuando nos atrevemos a comenzar» – Eugene Ware
A veces las cosas no salen como queríamos. Hay ocasiones en las que por motivos varios, la vida nos pone ante lo que parece el final del camino. Las puertas están cerradas y las aldabas tan altas, que ni siquiera alcanzamos a tocarlas. Damos saltitos intentando llegar, para hacer resonar el manubrio y así soñamos con la posibilidad de que se nos abra la puerta que nos lleve a la felicidad. Pero la realidad no es así. Los milagros rara vez se producen, y atendiendo a la probabilidad, que la suerte nos golpee tampoco es fácil. Así que cuando estamos al borde del precipicio, ¿qué debemos de hacer? ¿Saltar al vacío? ¿Pasear por el borde jugueteando con la posibilidad de caernos? ¿Sentarnos a llorar y a esperar que alguien venga a salvarnos?
Vayamos paso a paso. Cuando las cosas se complican y se nos ponen muy cuesta arriba, tanto, tanto, que creemos que no lo vamos a poder soportar, lo primero que hemos de hacer, es analizar la situación de la forma más objetiva (ya sé que es muy difícil, pero se puede hacer, lo dice alguien que lo ha hecho), y empezar a tomar las decisiones oportunas, siendo conscientes de que un error no es un fracaso, sino que es fuente de aprendizaje. Pero al mismo tiempo con la humildad suficiente como para realmente ser capaces de sacar ese aprendizaje, del error cometido. En las situaciones límite es dónde realmente aflora nuestra auténtica naturaleza, dónde nos mostramos tal cual somos, nos quitamos la careta. Y ahí es dónde tenemos que dar la talla. Haber fallado no supone ser un perdedor, simplemente significa que no se ha conseguido el objetivo, pero no hay porqué darse por vencido. La gran decisión que hay que afrontar es el aprender de los errores y tomar las decisiones que sean necesarias para revertir la situación. No podemos quedarnos esperando a que milagrosamente la situación cambie sola. O a que venga una especie de salvador o de súper héroe que nos solucione nuestro problema. Hemos de actuar. Dar un paso hacia delante y hacer todo aquello que sea necesario.
El final de un sueño, de un proyecto, puede parecer estar ahí, acechando, pero irremediablemente no tiene porqué serlo. Lo que parecen finales, pueden ser comienzos. Cuando nos encontremos en esta situación es cuando tendremos que decidir qué es lo que realmente queremos. Y si de verdad, creemos en nuestro proyecto, en nuestro sueño, si realmente es nuestra pasión, sólo podremos hacer una cosa, no tirar la toalla. Ese es el momento de la valentía, de tomar las decisiones necesarias, y de ser consecuente con ellas, y así seguir adelante. Hay que querer, hay que creer y sobre todo, hay que hacer. Remangarse y dejarse la piel en el intento. Poner todo lo que tenemos para conseguirlo. Sólo así tendremos una oportunidad, porque, ¿es fácil? No, para nada. Es muy difícil, y muy duro, y por ello hay que estar plenamente convencido y quererlo con todas nuestras fuerzas, para hacer los sacrificios que sean necesarios, ya que no olvidemos que una elección siempre supone optar por una vida y dejar otra.
Trabajar duro, hacer las renuncias necesarias, tomar las decisiones oportunas, ¿nos va a asegurar el éxito? Lamentablemente no. Ni siquiera hacer lo correcto y de la mejor manera posible nos va a asegurar que consigamos nuestros objetivos. Pero esta es también la emoción de la vida, la apuesta que hemos de hacer. Y en todo este camino, en toda esta lucha hay una cuestión necesaria. Algo fundamental para nosotros, y es que como no sabemos cómo va a ser el final del camino, hemos de disfrutar, aprender, gozar, y sacarle el máximo partido al camino en sí mismo. Si me obsesiono con el final, no sacaré el necesario aprendizaje de todo el proceso. Y al final, lo que cuenta de verdad, no es el que consigamos los objetivos, el éxito, el triunfo, sino todo lo que hemos hecho para conseguirlo. Lo que hemos trabajado, peleado. Cuál ha sido nuestra actitud. Si hemos sido humildes, respetuosos, con todos aquellos rivales que aparecían en la senda. Si hemos aprendido de lo que nos ha ido sucediendo y lo hemos interiorizando para ser mejores, para aprender más. Eso es lo realmente importante en la vida.
Al final el sentido de todo no es otro que vivir con un propósito que nos apasione. Darlo todo por conseguirlo, no dejándonos nada en el tintero, siendo capaces de ir aprendiendo de los tropezones que vamos dando, siendo agradecidos con esas personas que vamos encontrando y que de palabra u obra nos van ayudando, incluso en muchos casos marcando, cual maestros que nos enseñan. De aquí nace la fuerza del querer es poder, siempre por supuesto que vaya acompañado del hacer. Al final, como dice un proverbio chino, simplemente se trata de que si nos caemos siete veces, tenemos que levantarnos ocho, y punto.
Para todas aquellas personas que estamos en esa lucha complicada, que nos estamos dejando la piel por conseguir que nuestra pasión siga viva, sólo decirles, que mucha suerte, y que pocas satisfacciones son tan fuertes como la de saber que se ha dado todo, que se ha intentado hasta la extenuación. Así no se fracasa nunca, porque al menos, se aprende. Buena semana y buen nuevo mes.