No abras los labios, si no estás seguro de que lo que vas a decir es más hermoso que el silencio – Proverbio árabe
Qué difícil ser capaz de tener la justa medida de lo que decir y de lo que no, de cuándo romper el silencio con nuestra palabras y de cuándo mejor callar, y que sea nuestro silencio el que hable por nosotros. Y qué fácil es equivocarse, medirlo mal, y muchas veces al querer arreglar algo con las palabras, sencilla y llanamente empeorarlo.
Quién escribe se define como persona charlatana y que habla hasta por los codos. Y ciertamente esto es un defecto, un gran defecto, porque cuanto más se habla, más posibilidad se tiene de equivocarse. Es cierto que también está la otra cara de la moneda, y que hablar mucho te puede llevar a decir todo lo que piensas, todo lo que sientes, todo aquello que puede hacer que determinados entuertos se solucionen, pero cómo decíamos al principio el problema está en saber cuándo hablar y cuándo callar. Esta es la gran cuestión. Esta es la gran dificultad.
Podemos intentar hacer un ejercicio de reflexión al respecto, siendo conscientes de que realmente la virtud está en saber comunicarse con los silencios, porque aunque parezcan un contrasentido son uno de los elementos más potentes que tenemos en comunicación. El problema es que durante nuestro proceso de socialización y sobre todo en nuestra cultura se sobre valora mucho la palabra y se infravalora demasiado el silencio.
El silencio en muchas ocasiones, significa enfrentarnos a nosotros mismos, a nuestros miedos, a nuestras verdaderas tribulaciones. Estar callados nos lleva a pensar y a tener que enfrentarnos a cosas a las que muchas veces tememos. Es por ello que se nos hace más fácil, hablar, hablar, hablar, hablar para así como reza el dicho “ahuyentar a nuestros miedos”. Quién no ha llegado a casa y ha puesto la tele o la radio, para de esta manera, tener ruido, y no escuchar el silencio, porque el silencio, la verdad, da mucho miedo. Preferimos arroparnos con sonidos, a los que probablemente no les prestemos ni tan siquiera atención, pero que nos sirven para no tener que enfrentarnos a nosotros mismos.
Y además del miedo a nuestro propio silencio, a escuchar nuestros pensamientos, y a no tener respuesta que darle a los mismos, existe el otro gran terror. Es el que nos provoca el silencio de los demás, sobre todo cuando ese “demás”, son personas que realmente nos importan, personas a las que necesitamos, personas a las que queremos, personas de las que dependemos. Cuántas veces podemos mirar el móvil para ver si ese “demás” ha roto su silencio, aunque haya sido con un socorrido “whatsapp”. También sucumbimos a la tentación irracional de escuchar el “no tiene mensajes de voz” en el contestador, porque pese a haber estado teléfono en mano, pensamos que puede ser que por un casual nos haya cogido durante un momento sin cobertura, y hayamos perdido la ocasión de que ese silencio se rompa.
Por tanto el silencio es algo que nos provoca inseguridad, nos provoca pavor, nos asusta, sea cual fuera su formato. No en vano uno de los votos más complicados de llevar a cabo y que se tornan más exigentes con los practicantes de determinadas religiones es precisamente “el de silencio”. Convivir todo el día con nuestros pensamientos, no poder escapar de nosotros mismos es algo que se torna muy difícil, muy complicado y por más que queramos evitarlo, los gritos están dentro de nuestro interior, y pueden llegar a ensordecernos. Sin lugar a dudas, este es el más duro de los silencios.
El análisis que hemos realizado hoy nos lleva a pensar que las personas que hablamos y hablamos y hablamos, probablemente deberíamos aprender a callar un poco. Seguro que necesitamos, si no hacer voto de silencio, no hay que ser tan radicales, sí al menos, aprender a callar. Recordemos lo sabia que es la naturaleza. Si nos ha dado dos orejas y una boca será por algo. Será porque tenemos que escuchar el doble de lo que hablamos. Aprendamos a no hablar por hablar, y a hacerlo sólo cuando realmente tengamos algo que decir.
¿Qué tal si nos lo planteamos como propósito de enmienda para esta nueva etapa que comienza en septiembre el hablar menos y el decir más?
“Lo que se le dé a los niños, los niños lo darán a la sociedad” – Karl A. Menninger.
Hoy hemos querido buscar en “el baúl de los recuerdos”, y traer a nuestros días a una marca, que fue capaz de crear un juguete, icono absoluto para una generación de mujeres que hoy andan entre los treinta y los cuarenta y muchos, y que ha vivido una evolución paralela a la de las “hijas de la democracia”. Hablamos de Nancy. Puede que haya quién esté leyendo este post y no sepa quién es este tesoro de Famosa. Nancy es una muñeca que nacía a finales de los sesenta, en una España que estaba cambiando y que por cierto, por su importancia tendría que haber tenido un episodio especial en “Cuéntame”. En un momento en el que una mujer necesitaba la autorización de un hombre (padre, marido, hermano) para abrir una cuenta bancaria, trabajar, comprar una vivienda, etc, las muñecas eran las famosas “peponas”, y básicamente representaban a bebés, lo que incidía en el proceso de socialización de la mujer, que sobre todo, y ante todo, tenía que ser madre, esa era su principal función en esta vida, y para eso había venido al mundo.
En este ambiente rancio, y decadente Famosa, lanzó la versión española de la Barbie de Mattel. Una muñeca mucho más real en proporciones y en imagen que la rubia despapanante y antinatural americana, pero con una filosofía muy similar. Mostrar a las niñas un estilo de vida, ser el reflejo de una sociedad que estaba cambiando. Nancy, pese a su imagen poco españolizada, y más bien nórdica (aunque luego vendrían todas las versiones raciales habidas y por haber), y su aspecto de niña buena, demostraba rebeldía y sobre todo mostraba otras opciones posibles a los millones de niñas que empezaban a ver cómo España cambiaba, cómo se convertía en un país democrático y sobre todo, cómo el papel de la mujer empezaba a ser muy diferente. Nancy era enfermera, aunque en los ochenta ya fue doctora, pintora, maestra, empresaria… Si Nancy podía hacer todo eso, las niñas que jugaban con ella, empezaban a ver un modelo comportamental diferente al de las muñecas lloronas. El fenómeno que supuso Nancy (probablemente hoy con menos complejos en cuanto a lo que suponía ser española, la habrían llamado directamente Mari), fue tal que en sus primeros años de vida, en una época en la que los juguetes sólo llegaban a las casas en navidad, Famosa vendió más de 10 millones de unidades de esta niña buena, que en el fondo no era tan buena, y que trasmitía un “mensaje oculto” que muchos no quisieron ver tras su pelito rubio y sus ojos azules. Nancy nos decía a las niñas de esa época “tú puedes ser quién quieras, tú puedes ser quién decidas, no hay un camino establecido, tienes que andarlo tú”. Puede ser que el mensaje con pocos años no lo percibiéramos con esa nitidez, pero echando la vista atrás, nos damos cuenta de cómo poco a poco fue calando en nuestras mentes y fue ayudando a configurar el carácter de la generación de españolas a las que hoy nos toca sacar hacia adelante a este país.
Nancy pasó su mal momento en los años noventa. Las niñas crecimos y le dimos la espalda en nuestra arrogancia juvenil no queriendo reconocer lo que había hecho por nosotras, y cuánto nos había ayudado. Famosa pasó por un momento horrible, no entendió que era algo temporal el divorcio con Nancy, y quiso arreglar el desaguisado, lanzando un esperpento llamando Nancy Model, que no gustó ni a las mayores, ni a las nuevas generaciones. Afortunadamente la cordura volvió a partir del año 2000. Cuando esa generación nos reconciliamos con nosotras mismas, y cuando la maternidad empezó a hacer que se cambiara el chip y que se vieran con claridad meridiana, cosas que antes pasaban desapercibidas. En ese momento y “a petición de la afición” Famosa tuvo que hacer renacer a Nancy, el mismo modelo vintage de los setenta, que convive con una versión más actualizada que aunque está consiguiendo hacerse un hueco en el mercado, no alcanza el valor icónico de su antecesora, que además hoy es un fenómeno que se ha convertido en objeto y deseo de coleccionistas que al fin hemos sabido ver, que aunque haya quien no lo crea, Nancy ayudó al cambio social en España, ayudó a que una generación de mujeres normalizara actuaciones y comportamientos que hasta ese momento les habían sido prohibidos. Por tanto sirva este pequeño homenaje a ella, porque tal vez la infancia y la vida de muchas de nosotras, no habría sido igual si no hubiéramos tenido a nuestra guía, como compañera de juegos, si no hubiéramos tenido a nuestra Nancy.