“El tiempo es un juez tan sabio, que no sentencia de inmediato, pero al final le da la razón a quien la tiene” – Anónimo
La maldad existe, aunque nos resistamos a creerlo, es así. Unas veces se recubre de egoísmo, otras de mentira, otras de rencor, y muchas lamentablemente de envidia, una envidia a la que le da soporte la mentira, la calumnia, la difamación. Esto lamentablemente es una realidad, con la que nos toca convivir.
Cuando somos víctimas de este tipo de “quereres” a veces son pocas las opciones que tenemos. Puedes elegir la rendición, puedes elegir la pelea. Ninguna de las dos es fácil, aunque lo pueda parecer. Rendirse es doloroso, aunque lo cierto es que a veces cuando la lucha es muy desigual, no queda otra, porque al final, como seres humanos que somos, necesitamos que nuestro espíritu tenga cierta paz. Además ir a la guerra en extrema soledad, no es fácil, por lo que en ocasiones, pese a saberse víctima de un complot, o de una maldad, no queda otro remedio que rendirse por falta de fuerzas, o por falta de seguridad, por falta de apoyo, o también, es cierto, por falta de valentía… no juzgamos, quien opta por esta solución, por supuesto tiene sus motivos.
Ahora bien, hay veces, en las que te aferras a ese dicho según el cual “la verdad os hará libres”. Te aprietas los machos y tiras hacia adelante sabiendo que tienes la razón, y que las acciones realizadas te amparan. Cuando la honradez, la humildad y la intención de hacer las cosas bien hechas, son las que te dan la fuerza para seguir adelante, no ves los inconvenientes, si no que te guía la creencia que muchos y muchas seguimos teniendo, en que la justicia existe, y en que cuando haces las cosas con el alma y sin buscar otra cosa que un bien mayor, de una manera u otra, ese yin y yan que le da equilibrio al cosmos, de alguna manera tiene que devolverte ese bien que siembras.
Es cierto que esta postura puede parecer muy infantil para mucha gente, pero no es menos cierto que aquellos que nos negamos a que se nos retuerzan los dientes, seguimos aferrándonos a esa idea, tal vez ilusa, de que la verdad tiene un único camino, y que tarde o temprano, tiene que brillar, para que así al final la humanidad siga teniendo esperanzas.
Hoy queremos desde esta dulce ventana gritar que sí, que tenemos razón y que a veces, aunque pueda tardar, aunque pueda costar y aunque te haya dolido y te haya hecho daño, la verdad triunfa, y la justicia se encarga de poner las bases para que al final, cada cual quede en su lugar, y se vea retratado como lo que realmente es.
Hoy, repetimos, nos alegramos de pertenecer al grupo de los ilusos que trabaja para construir, y no para derrumbar, del grupo de los que creen que tarde o temprano las cosas bien hechas se demuestran, porque firmemente estamos convencidos de que como decía Santa Teresa, “obras son amores y no buenas razones”. Recordad, sobre todo quienes pensáis que hacer daño es gratuito que al final, quien realmente hablan son los actos, y no las palabras, porque al final, los hechos son los que cuentan y no las intenciones.
Por ello, permitid que recordemos a quienes se vanaglorian de estar por encima del bien y del mal, a los que piensan que lo que cuenta es el poder, el status, o la cartera… que afortunadamente aún en el mundo se puede confiar en que la “verdad nos hace libres”. Por ello hoy abrimos esta ventana para celebrar, para celebrar que el mundo sigue siendo ese lugar en el que la esperanza aún vive.
No dejéis de creer, no dejéis de luchar, aunque a veces, ciertamente no sea fácil…
“Lo imposible es el fantasma de los tímidos y el refugio de los cobardes” – Marlene Dietrich
¿Por qué nos empeñamos en ponerle puertas al campo? ¿Por qué tenemos el no podemos, el no lo conseguiremos, el no llegaremos, el no somos suficiente… imbuido en nuestro ideario? Si el hombre no hubiera creído en que los imposibles se podían convertir en posible, probablemente todavía andaríamos con taparrabos.
En esta sección, hemos hablado muchas veces de la importancia de creer en nuestras posibilidades, de lo increíble que puede ser la constancia, el coraje, la confianza, y por supuesto el creer en que somos capaces. Desde aquí, una vez más hablamos con la voz de la experiencia, siendo conscientes de haber hecho cosas que creímos imposibles y no lo decimos por ponernos una medalla, ni mucho menos. Lo decimos desde ser voz de la normalidad, y de haber conseguido cosas que parecían estar fuera de nuestras posibilidades, siendo personas totalmente normales, simplemente creyendo y queriendo, luchando, siendo constantes y superándonos día tras día.
Particularmente quien escribe, no soporta el derrotismo. El tirar la toalla antes de tiempo, el decir ya no se puede hacer nada, no lo vamos a conseguir. El dedicarse a parlotear sobre lo mal que se ha hecho algo, o sobre los errores que se han cometido, o sobre lo difícil o imposible que pueda resultar algo, pero no parándose a remangarse y a decir, ¡aquí estoy yo, vamos!
Esos agoreros que esperan que el barco se hunda, hablando sobre los problemas que han llevado a que empiece a desaparecer en el mar, pero sin hacer nada para sacarlo a flote, debería de estar en el fondo de algún oscuro lugar, en el que su voz no influenciara a aquellas personas que pierden su luz, porque sólo escuchan la oscuridad de aquellos que hablan desde su incapacidad y que sólo piensan en la consumación del naufragio para salir dándose golpes de pecho y decir: ya te lo dije, ya te lo dije, esto no tenía solución… y lo dicen sin haber ayudado ni a capitán, ni a grumetes, ni tan siquiera a polizones a poder salvar la situación. No merecen vivir en la luz, deberían tener un lugar reservado dentro de una caverna que es el lugar que en el fondo prefieren, para sentirse bien dentro de esa oscuridad, que todo lo equipara, lo iguala y dónde su mediocridad puede pasar desapercibida.
De verdad, no permitamos que nadie nos ponga límites, no nos dejemos llevar por aquellos que no creen en que el mundo pueda cambiarse, en que se pueda llegar más llejos, en que se pueda llegar más rápido, en que se pueda hacer más… Que nadie te ponga límites, ni siquiera tú mismo o misma.
Haz que tu mundo sea más grande, sal de tu círculo de confort y haz caso a tu corazón… muchas veces es el único que de verdad es capaz de hacernos creer en cuáles son nuestras auténticas posibilidades. No ignoremos sus argumentos, simplemente porque la todopoderosa razón no los comparta… La razón es un timón, cierto, pero el corazón puede ser quien capitanee nuestro barco.
Escucha más a tu corazón, al menos, escúchalo y luego actúa, sintiendo lo que haces, viviendo lo que haces, y no simplemente haciendo lo que se espera o lo que se debe. Atrévete a volar, atrévete a ser, atrévete a estar.
Todo está dentro de mí, y no hay jueces, y no hay fronteras, ni límites para mí – Henri Barbusse
Los seres humanos tenemos algo increíble y que a veces ni si quiera somos conscientes de ello, pero es lo que nos hace muchas veces ser grandes, seguir adelante. Esta semana queremos hacer una reflexión en cuanto a lo que podemos hacer y a lo que muchas veces terminamos haciendo. La diferencia entre uno y otro punto, la mayoría de las veces la ponemos nosotros mismos, y puede ser positiva o negativa, en función de nuestro convencimiento, nuestra fuerza de voluntad y nuestra capacidad de sacrificio y de superación.
Este fin de semana se disputaba en Boston el Campeonato del Mundo de Patinaje Artístico. Javier Fernández, es el único representante en la élite de este deporte que tenemos los españoles, ya había sido campeón en 2015 y era el máximo aspirante a alcanzar de nuevo lo más alto del podio, vista la temporada que estaba realizando. Su primera intervención, impecable como siempre, haciendo esos movimientos y esas piruetas que nos parecen fáciles y volando al ritmo de la música, sobre la pista de hielo. Cuando menos se esperaba… caída. En la retransmisión literalmente se dijo: “Javi ha perdido el oro”, y realmente así parecía. La lógica decía que en su segundo y definitivo programa debía de ir a asegurar la plata, a no arriesgar porque podía bajar aún otro peldaño más, e incluso, quedar fuera del podio. La razón decía que había que asegurar, la razón decía que había que no arriesgar… pero ¿quién sabía dónde estaba el límite de lo que Javier podía hacer? Cuando todo el mundo esperaba que el patinador hiciera lo normal, él decidió que su límite estaba muy por encima y entonces fue cuando maravilló al mundo consiguiendo, no sólo los 196 puntos y pico que necesitaba para superar al favorito, sino que consiguiendo nada más y nada menos que 216, la mejor puntuación de su historia. Javier nos ha dado una lección tremenda, recordándonos y demostrándonos que “el todo es posible” no es una frase hecha, es lo que hacen aquellas personas que de verdad quieren algo y están dispuestas a darlo todo y a dejarse la piel.
Puede que después de leer esto, pensemos, claro pero es que este hombre es un Campeón del Mundo. Claro y por eso lo es, porque no ha dejado de creer en sí mismo. Porque donde los demás han visto muros, él ha visto trampolines.
Cada uno de nosotros y nosotras se enfrenta a diario a retos, unos de mayor envergadura y otros de menor. A nuestra manera y en nuestro mundo también tenemos que ser campeones mundiales. Tenemos que ser campeones mundiales en darlo todo, campeones mundiales en seguir adelante, en ser buenos con las personas que nos quieren, en saber estar a la altura con quién nos necesita… Podemos ser campeones mundiales en tantas cosas…
Lo más importante para poder crecer y seguir ese camino que es la vida, es que no nos autolimitemos, que no nos creamos que porque otros no pudieron o no quisieron, nosotros tampoco podremos. Que no nos rindamos antes de intentarlo. Llevamos muchos meses hablando de este tema, y no nos cansaremos de seguir haciéndolo, porque lo triste no es llegar, lo triste es no hacerlo porque no lo hemos intentado, porque no creímos que pudiéramos, porque pensamos que era imposible o que era demasiado para nosotros. Si no llegamos, no importará, siempre que lo hayamos intentado. Muchas veces nos sorprendemos a nosotros mismos, porque hacemos cosas que jamás creímos que fuésemos capaces, pues sigamos haciéndolo así.
El poder de nuestra mente, y la capacidad de resistencia de nuestro cuerpo están mucho más allá de dónde pensamos. Por eso tantas veces ponemos el ejemplo de correr, porque nos sirve perfectamente para describir esa sensación inicial de no soy capaz y esa enorme satisfacción final cuando ves de lo que has sido capaz.
No lo olvides nunca, si no lo intentas no sabes si puedes o no… Así que déjate de buscar excusas, de ponerte límites y sencillamente, ¡¡¡salta!!! La recompensa de haberlo intentado, siempre merecerá la pena.
“Cuida el presente porque en él vivirás el resto de tu vida” – Facundo Cabral
Qué difícil es ser capaz de estar en el sitio y en el momento adecuado, ¿verdad? Para quiénes llevamos toda nuestra vida con la sensación de haber llegado temprano o haber llegado tarde a los sitios, a los espacios, a los tiempos, a todo, este pesar se convierte en una dura carga. Y es entonces cuándo te preguntas, a lo mejor, simplemente no es que “la vida me tome el pelo, haciéndome llegar temprano o tarde”, a lo mejor es que sencillamente, “no soy capaz de ver el momento”. Realmente pensamos que de esto, hay mucho más.
A toro pasado, es muy fácil decir, si es que llegué tarde, o qué horror porque llegué demasiado pronto. De hecho, si nos ponemos la mano en el pecho, muchos y muchas de nosotros deberíamos reconocer que en más de una ocasión hemos utilizado esta pseudo excusa para explicar determinados comportamientos que hemos tenido, o situaciones que hemos vivido. Entonemos el mea culpa. Esta semana nos hemos propuesto reflexionar sobre cuánto de verdad, hay en estas afirmaciones.
Cuando algo no nos ha salido bien, nos gusta decir aquello de que no era el momento, pero ¿cuándo es el momento? Durante estos meses lo hemos estado comentando, y creemos que debemos de estar de acuerdo, en que el momento para hacer las cosas es “AQUÍ Y AHORA”. Es cierto que hay situaciones más propicias, pero a veces, esperamos tanto que ese momento idílico llegue, que al final, sencillamente, se nos pasa de verdad el tiempo y entonces sí que se nos escapa el tren.
Al final se trata de aprovechar, no ya sólo el momento, sino que los momentos. Si hoy no es buena ocasión porque llueve, si mañana es mala porque hace demasiado sol, o si pasado es peor porque hace viento, al final, no haremos nada, y caeremos en algo de lo que hemos hablado ya en algunas ocasiones. Caeremos en la procastinación, bonito palabro que no significa más que “postergar, postergar, postergar”, decir mañana, mañana, mañana… total, no hacer hoy que es cuando hay que hacerlo.
Está claro que es muy fácil decirlo, y que lo difícil es olvidarse del mañana y pensar que sólo existe el hoy. No vamos a decir lo contrario, pero también es cierto que si HOY no empezamos a cambiar, NUNCA lo conseguiremos, y al final siempre viviremos en ese MAÑANA que nos impide avanzar y crecer.
Una pregunta que nos puede surgir es ¿se puede? ¿es posible dejar de ser un procrastinador o una procrastinadora? ¿O se es genio y figura hasta la sepultura? Pues la verdad es que si se quiere, se puede. No es fácil, porque cambiar las actitudes y los comportamientos es muy, muy complicado, pero poder sí que se puede. Sólo tenemos que querer, pero que querer de verdad. En nosotros está el ser capaces de hacerlo, en nosotros está el aprender a vivir en el aquí y en el ahora. Obvio que cuesta sangre, sudor y lágrimas, porque es más “guay” está en el círculo vicioso de la procrastinación, pero si queremos, repito, sólo tenemos que hacerlo. Para conseguirlo, hemos de encontrar esa motivación que nos sirva de guía cuando estemos a punto de cejar en nuestro empeño. La motivación puede ser el dinero, puede ser la autosatisfacción, puede ser la fama, o puede ser el amor… da igual, sólo hay que buscarla y aferrarse a ella.
Si dejamos de ser procrastinadores y procrastinadoras, y empezamos a vivir el presente de verdad, será mucho más fácil que sepamos aprovechar el momento y así convertirlo en el adecuado. Nos equivocaremos mil veces, pero al menos lo estaremos intentando. Esta frase la hemos repetido hasta la saciedad, y ojo, la de veces que nos queda por repetirla. Ya sabéis cuál es la seña de identidad de la casa. Hacer, hacer, hacer. Trabajar, trabajar, trabajar. Aunque por supuesto no siempre es fácil, y muchas veces nuestros propios fantasmas en forma de ego, nos lo ponen muy difícil, pero la práctica nos da la razón. Se puede. Ahora hay una campaña en tv que dice que se necesitan 21 días para convertir una actividad en un hábito y para cambiar, si realmente lo queremos. Particularmente creemos que hace falta alguno más, pero venga, hagamos un trato y comencemos por esos 21 días, viviendo en el aquí y en el ahora, y no diciendo ni una sola vez, mañana. Dalo todo, porque no sabes lo que pasará mañana, ni tan siquiera si habrá o no.
“Aquellos que tienen el privilegio de saber, tienen la obligación de actuar” – Albert Einstein
Es curioso la llamada a la importancia de la acción y a la necesidad de la misma de precisamente un filósofo, Platón, que vivió hace más de dos mil años (427-387 a.C.) y que además ha pasado a la historia por ser el creador de la Teoría de las Ideas, y ser un firme convencido de que para llegar al conocimiento de la realidad, había que hacerlo a través de la razón y el entendimiento, dejando de la lado a los sentidos, que tienen un efecto engañoso sobre dicha realidad. Pues hasta el creador de este «mundo de las ideas» arengaba a que hombres y mujeres actuaran.
La teoría está muy bien. Los planteamientos son muy necesarios, pero nada cobra su auténtica dimensión sino se pasa a la acción. Pensar y no hacer es como tener miedo a vivir. Es un planteamiento que puede ser de personas vagas, es decir, poco trabajadoras y que se recrean en su propia autocomplacencia, en el decir cómo hacer, pero no en hacerlo; en pasarse la vida desarrollando modelos, pero no arremangándose para ponerse a trabajar en los mismos. O también puede ser un planteamiento, peor aún, de personas cobardes, que no se atreven a hacer lo que dicen, que no se atreven a vivir como sienten, se abstienen de todo, en pos de vivir de teorías y de ideas, que en la mayoría de los casos no son propias.
Quedarse en el lado de la teoría, y no pasar al lado de la acción, es vivir en la confortabilidad y la seguridad que da el no atreverse a hacer, y así no asumir el riesgo de equivocarse. Si no hago, no me equivoco. Pero una vez más y como muchas veces hemos dicho en esta sección, eso es simplemente optar por no vivir una vida plena. Es optar por ser espectador, es alejarse de ser protagonista. Al igual que pasarse la vida preparando y preparando la tierra para que esté perfecta para producir, pero nunca encontrar el buen momento para sembrar, porque siempre se tiene como excusa buscar la perfección -la semilla perfecta, la temporada perfecta, la herramienta perfecta- es perder la oportunidad de conseguir magníficas cosechas, aunque asumiendo que puede venir un granizo, una plaga o una sequía que nos la arrebate, el estar siempre buscando el momento ideal para salir a buscar trabajo, para quedar con amigos, para mejorar nuestro físico o nuestra salud, es perder una tras otra oportunidad en la vida de que nos pasen cosas, de que podamos avanzar, de que podamos crecer, de que podamos ser mejores y también de que seamos más fuertes. Sólo avanzamos cuando nos caemos y nos volvemos a levantar, cuando erramos y rectificamos aprendiendo de lo que hemos hecho mal e intentando no volver a repetirlo. Y para todo eso, sólo nos vale hacer, hacer y hacer.
Eso no significa que no haya que formarse, que no haya que aprender, ni mucho menos. Pero siempre hemos de tener en nuestro punto de mira la acción. Al igual que nos parecería un desperdicio el pasarse la vida estudiando medicina para nunca ejercer o nunca curar a nadie, o el ser arquitecto y nunca desarrollar la construcción de nada, igual de desperdicio es quedarse en la teoría y no avanzar con la práctica. Tenemos que vencer el miedo y la ansiedad que nos provoca el fracaso, porque si la humanidad ha avanzado con el «ensayo-error», a nivel individual y grupal, nuestra evolución también tiene que estar en ese binomio capaz de mover el mundo. Atrevámonos. Si nos equivocamos, aprendamos a hacerlo de otro modo y volvamos a arriesgarnos. Sólo así creceremos, mejoraremos, y lo que es fundamental, sólo haciendo nos sentiremos plenamente vivos. Equivocarse siempre demuestra una valentía, no atreverse a probar, una cobardía. Podemos elegir la aventura de vivir, o la cobardía de no arriesgar. Que cada cual elija, pero al igual que elegimos la pasión, desde aquí también elegimos la valentía.