Quiero vivir, quiero equivocarme

Quiero vivir, quiero equivocarme

quiero vivir

“Aquellos que tienen el privilegio de saber, tienen la obligación de actuar” – Albert Einstein

Es curioso la llamada a la importancia de la acción y a la necesidad de la misma de precisamente un filósofo, Platón, que vivió hace más de dos mil años (427-387 a.C.) y que además ha pasado a la historia por ser el creador de la Teoría de las Ideas, y ser un firme convencido de que para llegar al conocimiento de la realidad, había que hacerlo a través de la razón y el entendimiento, dejando de la lado a los sentidos, que tienen un efecto engañoso sobre dicha realidad. Pues hasta el creador de este «mundo de las ideas» arengaba a que hombres y mujeres actuaran.

La teoría está muy bien. Los planteamientos son muy necesarios, pero nada cobra su auténtica dimensión sino se pasa a la acción. Pensar y no hacer es como tener miedo a vivir. Es un planteamiento que puede ser de personas vagas, es decir, poco trabajadoras y que se recrean en su propia autocomplacencia, en el decir cómo hacer, pero no en hacerlo; en pasarse la vida desarrollando modelos, pero no arremangándose para ponerse a trabajar en los mismos. O también puede ser un planteamiento, peor aún, de personas cobardes, que no se atreven a hacer lo que dicen, que no se atreven a vivir como sienten, se abstienen de todo, en pos de vivir de teorías y de ideas, que en la mayoría de los casos no son propias.

Quedarse en el lado de la teoría, y no pasar al lado de la acción, es vivir en la confortabilidad y la seguridad que da el no atreverse a hacer, y así no asumir el riesgo de equivocarse. Si no hago, no me equivoco. Pero una vez más y como muchas veces hemos dicho en esta sección, eso es simplemente optar por no vivir una vida plena. Es optar por ser espectador, es alejarse de ser protagonista. Al igual que pasarse la vida preparando y preparando la tierra para que esté perfecta para producir, pero nunca encontrar el buen momento para sembrar, porque siempre se tiene como excusa buscar la perfección -la semilla perfecta, la temporada perfecta, la herramienta perfecta- es perder la oportunidad de conseguir magníficas cosechas, aunque asumiendo que puede venir un granizo, una plaga o una sequía que nos la arrebate, el estar siempre buscando el momento ideal para salir a buscar trabajo, para quedar con amigos, para mejorar nuestro físico o nuestra salud, es perder una tras otra oportunidad en la vida de que nos pasen cosas, de que podamos avanzar, de que podamos crecer, de que podamos ser mejores y también de que seamos más fuertes. Sólo avanzamos cuando nos caemos y nos volvemos a levantar, cuando erramos y rectificamos aprendiendo de lo que hemos hecho mal e intentando no volver a repetirlo. Y para todo eso, sólo nos vale hacer, hacer y hacer.

Eso no significa que no haya que formarse, que no haya que aprender, ni mucho menos. Pero siempre hemos de tener en nuestro punto de mira la acción. Al igual que nos parecería un desperdicio el pasarse la vida estudiando medicina para nunca ejercer o nunca curar a nadie, o el ser arquitecto y nunca desarrollar la construcción de nada, igual de desperdicio es quedarse en la teoría y no avanzar con la práctica. Tenemos que vencer el miedo y la ansiedad que nos provoca el fracaso, porque si la humanidad ha avanzado con el «ensayo-error», a nivel individual y grupal, nuestra evolución también tiene que estar en ese binomio capaz de mover el mundo. Atrevámonos. Si nos equivocamos, aprendamos a hacerlo de otro modo y volvamos a arriesgarnos. Sólo así creceremos, mejoraremos, y lo que es fundamental, sólo haciendo nos sentiremos plenamente vivos. Equivocarse siempre demuestra una valentía, no atreverse a probar, una cobardía. Podemos elegir la aventura de vivir, o la cobardía de no arriesgar. Que cada cual elija, pero al igual que elegimos la pasión, desde aquí también elegimos la valentía.