DA AQUELLO QUE QUIERES RECIBIR

DA AQUELLO QUE QUIERES RECIBIR

“Las cosas no se dicen, se hacen, porque al hacerlas se dicen solas” – Woody Allen

Esta semana vamos a reflexionar sobre lo que conseguimos con nuestros actos, con nuestro comportamiento. La mayoría de las personas somos egoístas por naturaleza y tendemos a esperar recibir algo diferente a lo que entregamos, o lo que es peor aún, queremos que nos den más de lo que nosotros mismos entregamos.

En nuestro refranero tenemos muchos ejemplos al respecto. Particularmente nos gusta aquel de “quien siembra tormentas, recoge tempestades”. Hemos de pararnos a pensar en qué es lo que queremos de los demás, cómo queremos que nos traten, y a partir de ahí decidir qué es lo que vamos a hacer nosotros. No es justo pedir lo que nosotros no damos. No debemos exigir lo que no somos capaces de entregar. Aunque a veces se tarde en recoger la cosecha, lo cierto es que en el corto plazo o en el largo, tendremos aquello que hemos sembrado.

Vamos a poner como ejemplo el boomerang. Este artilugio, que particularmente recuerda al logo de una conocida marca deportiva, siempre vuelve. Lo lanzas, con mucha fuerza o con poca, y es un instrumento que está diseñado para retornar. Justo eso es lo que ocurre con nuestras acciones. Es por ello por lo que debemos ser conscientes de que nuestra actitud ante las cosas, ante los demás, en definitiva ante la vida, es nuestro boomerang que tarde o temprano volverá a nosotros. Pensar en qué es lo que queremos para nosotros mismos, es la mejor forma de tener claro, cómo comportarnos con respecto a los demás.

Seamos muy conscientes de lo que estamos trasladando al mundo con nuestro comportamiento. Quevedo decía que “la soberbia nunca baja de dónde sube, pero siempre cae de dónde subió”. La persona arrogante, prepotente, que mira al resto por encima del hombro, en el fondo lo que demuestra es ser débil, todo lo contrario a lo que pudiera parecer. La mayoría esconden tras este comportamiento grandes carencias, muchos miedos, y por supuesto, complejos de inferioridad. Quien necesita compararse con el resto para darse importancia, o para sentirse bien, no deja de ser “una pobre persona”. La fuerza de verdad, la que nos hace seguir adelante, enfrentarnos al mundo y afrontar los retos con gallardía, reside en la humildad. En saber tratar a todo el mundo con el mismo respeto y la misma educación. En valorarnos a nosotros mismos por lo que somos y hacemos, no por lo que tenemos, y mucho menos comparándonos con los demás. Este ejercicio no es fácil, porque desde pequeños, la forma de medirnos que en muchos casos nos han enseñado, es precisamente el compararse con otros. Pero esta actitud resulta muy pobre. Recordemos aquello de “en el reino de los ciegos, el tuerto es el rey”. No te compares con nadie, sé tú mismo. Mejora por ti, no por los demás, compite contra ti, sólo de esta manera podrás llegar a tu máximo. Pero no te pierdas mirando constantemente a los lados, porque de esa manera, puede que no llegues a desarrollar tu potencial, y además hay que hacerlo desde la convicción de que sólo dando lo mejor de nosotros, podremos recibir lo bueno de los demás.

Esta filosofía, esta manera de entender nuestro paso por la vida, podría parecer muy “mojigata”, pero no lo es. Es aplicable tanto al terreno profesional, como al terreno personal, y aunque a veces el boomerang tarda mucho en volver, no podemos olvidar que siempre, siempre lo hace. De camino, no está mal recordar, que las cosas se hacen, no se dicen, como decía Woody Allen. No basta con decir soy una persona humilde, hay que comportarse como tal. No es suficiente con decir, soy una persona justa. Para nada sirve ni no actúas con justicia hasta en los pequeños detalles. No debemos olvidar que hemos de elegir muy bien las semillas que queremos plantar, porque de ellas dependerán los frutos que después recojamos. “Somos un imán, atraemos lo que sentimos, lo que damos”, así que no echemos la culpa a nadie porque todo depende de nosotros.

Siempre hacia adelante, aquí y ahora.

Siempre hacia adelante, aquí y ahora.

“No te rindas, por favor no cedas, aunque el frío queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se esconda, y calle el viento, hay fuego en tu alma, aún hay vida en tus sueños. Porque la vida y tuyo también el deseo, porque cada día es un comienzo nuevo, porque esta es la hora y el mejor momento” – Mario Benedetti

Probablemente en el recuerdo de muchos de nosotros está la famosa frase de Tagore, que esta semana encabeza este post. Recordamos,  aquellas postales de dibujos en tono pastel, con muñecos de ojos grandes, y con la frase escrita utilizando letras de molde. Con la inocencia de la adolescencia, la lectura que hacíamos de esta frase tenía un trasfondo muy idílico. Hoy queremos hacer otra lectura, desde un planteamiento mucho más maduro y sobre todo más práctico.

Muchas veces tendemos a centrarnos en todas aquellas cosas que no conseguimos, en los objetivos que no logramos. Esta actitud en general es negativa y nunca va a ser positiva para nosotros. Si nos quedamos anclados en lo que no hemos alcanzado, no seremos capaces de avanzar, no podremos crecer. Podemos utilizar lo no conseguido como auto excusa para no seguir trabajando. Nos podemos agarrar a esta situación, y utilizarla para lamernos las heridas, irnos a un rincón y dedicarnos a llorar por todo aquello que no hemos conseguido.

Es evidente que con esta actitud no se puede ir a ningún sitio y que no nos va a permitir crecer, ser mejores, y o bien volver a intentarlo, o incluso optar a nuevos propósitos. Esta actitud de vivir en el pasado, de lamentarnos, es castrante, y no nos sirve. Hemos de desecharla totalmente, porque es imposible avanzar con un lastre semejante.

Tampoco podemos dejar que las personas tóxicas que pueda haber a nuestro alrededor nos machaquen y nos martiricen y no nos dejen avanzar con su constante recordatorio, tal que “pepito grillo” de lo que no hemos conseguido, de dónde no hemos llegado. Hemos de saber decir NO, hemos de alejar a estas personas, por mucho que nos pueda doler la situación, ya que algunas veces, incluso personas que nos puedan querer, que nos aprecien, pueden caer en este “machaque” incluso, pensando en que lo hacen por nuestro bien, para “que no suframos”.

Ya lo hemos comentado desde esta ventana muchas veces, el no conseguir algo, el no alcanzar una meta, es decir, el sufrir un fracaso no tiene porqué ser ningún final. Todo lo contrario, puede ser el principio de una nueva aventura, de un camino diferente, de algo distinto, o simplemente el aprendizaje que nos haga repetir, pero de diferente manera, para así alcanzar la meta, esta vez desde otra perspectiva, haciendo cosas diferentes, yendo por sendas alternativas.

Como siempre hemos defendido desde nuestro dulce bastión azucarero, un error, un fallo, es simplemente eso, no supone para nada ningún final. No hay que rasgarse las vestiduras, ni quedarse anclado. Hay que indagar porqué se ha producido, pedir disculpas si es necesario, y seguir hacia adelante, poniendo en práctica lo aprendido, y sobre todo, sin perder la ilusión, sin perder las ganas, con la misma pasión, o incluso con más. Lo hemos dicho por activa y por pasiva, si te caes te levantas, no hay más. La “Teoría del Tentetieso”. La verdad es que no es fácil, pero tampoco imposible. Como hemos dicho muchas veces, hay que querer, hay que hacerlo y hay que ser constante. Esa es la auténtica fórmula del éxito. No hay más secreto.

Evidentemente no queremos engañar a nadie, fácil no es. Porque duele mucho cuando te caes, porque hace daño el que te zancadilleen, porque a veces te faltan las fuerzas, porque hay momentos que crees que no  vas a poder seguir, pero pese a todo, es importantísimo seguir, y seguir y seguir y no parar. Contra viento y marea, seguir haciendo, haciendo y haciendo. Es muy complicado, no nos engañemos, pero es posible, y en ello estamos. No desistáis.

¡Elige seguir intentándolo!

¡Elige seguir intentándolo!

“A partir de cierto punto no hay retorno. Ese es el punto que hay que alcanzar” – Franz Kafka

Hoy planteamos una situación que suele ser más habitual de lo que creemos, aunque a veces se asocie mucho con cuestiones como por ejemplo el deporte. Nos referimos a ese momento en el que sabes que todas las probabilidades están en tu contra. A ese momento, en el que sabes que alcanzar tu meta, es casi imposible, por no decir directamente imposible. Ese instante en el que aquellos que son “sensatos” te dicen que mejor tus esfuerzos los vuelques en otra historia, que busques nuevas metas, nuevos caminos. Ese momento en el que sólo los locos son capaces de seguir creyendo. Esa situación en la que tu objetivo es tan importante, es lo que más quieres en tu vida, y sabes que aunque nadie crea en ti, en tus posibilidades, tú eres capaz. Y eres capaz porque tienes la mayor motivación del mundo. Porque quieres cumplir tu sueño. Porque nadie te puede decir que renuncies. Porque tú eres el dueño o la dueña, de tu vida, y tú decides, incluso hasta estrellarte contra la realidad, con la realidad de los “cuerdos”.

Pero es que mientras hay vida, hay esperanza. Mientras sientas ese tambor dentro de tu pecho que te dice, adelante, adelante, sigue, sigue, nunca tienes que parar de intentarlo. Que te tengas que arrepentir de lo que salió mal. Que tengas que lamentarte por no haberlo conseguido, pero nunca, nunca, que tengas que pensar en que no lo diste todo, en que no lo intentaste todo. No te escudes en el mundo de la sensatez. De aquellos y aquellas, sabios y sabias que te dicen que no vueles tan alto, porque la caída será tremenda, de aquellos que te dicen que es mejor que pongas los pies en la tierra. De todos y todas los que piden resignación. Aceptación.

Pues nosotros decimos que no. Que puede que la caída sea no grande, sino tremenda, y a lo mejor no puedas reponerte, ¿y qué? Pero, y si finalmente somos capaces de alcanzar nuestra meta, y si nuestro esfuerzo de alguna manera, tiene su recompensa, y si finalmente podemos decirle hola al mundo desde la cima de nuestra meta. Desde la felicidad de haber alcanzado nuestro sueño. Desde la plenitud de saber que tu esfuerzo, tu constancia, tu decisión, tu locura te ha llevado a dónde realmente querías ir.

Ojo, esto no significa que tengamos una visión idílica de la vida. Que creamos que los sueños siempre se consiguen, que las metas siempre se alcanzan. Para nada. Hay veces en las que simplemente, después de darlo todo, de dejarte la piel, por diferentes motivos, tienes que quedarte con la miel en los labios, o incluso con la hiel. Pero eso no va a hacer que nos convirtamos en avestruces, que esconden su cabecita. Eso no va a hacer que digamos como en la fábula de la zorra y las uvas, cuando no fue capaz de alcanzarlas que seguro que no estarían buenas. NOOOOO. Nadie es quién para dar consejos, cada cual tiene que vivir su propia vida, elegir su propio camino y luchar por alcanzar sus metas. Pero desde la mayor humildad y con el corazón en la mano, sí que queremos decíos que nadie puede ser quién protagonice vuestra vida, ni quien la dirija. El guión no está escrito, por lo que el final es incierto. Cuando se quiere algo de verdad, sólo cabe hacer una cosa, intentar alcanzarlo por todos los medios. Y si al final, por lo que sea no hemos podido llegar, que al menos no nos quede el resquemor de no haberlo dado todo, de no haberlo intentado todo. No te rindas. Está claro que esto no es fácil, y que evidentemente ponerlo sobre un papel es trivial. Lo duro es hacerlo. Cuando ya crees que no tiene sentido, cuando piensas que todo se ha perdido, volver a levantarse y seguir intentándolo. Claro que no es fácil, de hecho es muy duro, es horrible. Te duele todo, lo físico y lo psíquico. Tienes momentos de soledad, de agobio. Instantes en los que empiezas a dudar de si finalmente podrás o no. Pero si realmente quieres alcanzar tu meta. No dejes de intentarlo, nunca. Y por supuesto, pese a todo, nadie te garantiza que puedas lograrlo, pero al menos, te quedará el saber que ni siquiera tú te puedes recriminar ni lo más mínimo, porque lo intentaste de todas las maneras posibles.

Como se dice en el mundo del deporte, por muy mal que esté el tanteador, nunca bajes los brazos, nunca te rindas antes del pitido final. Lucha, lucha, lucha. Haz, haz y haz. Y recuerda que un ganador es un perdedor que no se rindió.

¿Qué ves en el futuro? ¿Lo inalcanzable? ¿Lo desconocido? ¿Una oportunidad? ¿Te vas a rendir?

Os dejamos por aquí este vídeo que alguna vez ya os hemos recomendado, pero ciertamente, se puede decir más alto, pero creo que es imposible hacerlo más claro. Disfrutadlo.