El azucarillo de hoy pretendemos que sea un homenaje a la lucha, a la integridad, a la libertad, a tantas cosas que representa en nuestra cabeza la democracia, y que a veces, como la tenemos, no somos conscientes de la inmensa suerte que tenemos.
Desde esta ventana, hemos hablando miles de veces de lucha, de no rendirse, se seguir hacia adelante, pasara lo que pasara, porque si creemos en algo, si tenemos un sueño, si nuestro objetivo lo tenemos claro, tenemos que ser fieles a nosotros y nosotras mismas y no dejar que nadie, ni nada nos haga desistir. Que no lleguen las “fuerzas del lado oscuro” y nos convenzan de que es mejor la mediocridad, es mejor es agachar la cabeza y aceptar lo que se nos impone…
Desde esta tribuna siempre hemos abogado por ser “jedais” que con la espada de la voluntad, de la acción, del trabajo, de la humildad y de la convicción y la constancia, seamos capaces de derrotar a todos los Darth Vader y a todas sus fuerzas del imperio, por mucho que nos amenacen con la derrota, con la miseria, con la impotencia… o que nos seduzcan con lo fácil, con lo que nos viene dado, con lo que nos adormece, con lo que nos convierte en números, nos hace seres pequeños sin alma y dóciles, manejables, pero con ciertos mínimos asegurados.
Hemos de reconocer que nunca nos hemos caracterizado sólo por hacer uso, más o menos locuaz de la palabra, sino que siempre hemos querido que nuestro discurso estuviera impregnado de verdad y de experiencias en primera persona, y siempre ha sido así, pero hoy nos vais a permitir que saquemos a la luz un caso que es fuente de inspiración, porque como decíamos al principio desde nuestra perspectiva de libertad, hay cuestiones, que aunque sean muy difíciles, complicadas de afrontar, en gran medida no están cohibidas o coartadas por la imposibilidad de poder expresarnos. Hoy queremos hablar de Leopoldo López. En TATGranada, en la edición de 2016, hemos tenido ocasión de escuchar a su esposa Lilian Tintori, que nos ha contado en primera persona, cómo está siendo la encarcelación de su esposo, así como los motivos por los que está preso.
Queremos en primer lugar reconocer que pese a conocer la historia, el haber escuchado hoy de primera mano a su esposa contarla ha hecho que cambie la perspectiva y que la admiración por ese hombre, Leopoldo López, quien independientemente de su ideología, está preso, sólo por hablar, por decir su verdad, por pedir libertad, por querer que las cosas mejoren en su país, nos ha tocado muy mucho la fibra sensible, y sobre todo nos ha hecho reaccionar y querer poner un pequeño grano de arena, haciendo un reconocimiento y sobre todo, y dentro de nuestras posibilidades, dando a conocer esta situación de absoluta injusticia que se está produciendo, en un país llamado democrático, como es Venezuela, y lo que es peor, con el beneplácito de muchos dirigentes, gobernantes, representantes políticos, etc., que se empeñan en negar la mayor y en no reconocer la vulneración de un derecho universal como es el de la libre expresión y libre pensamiento, en la figura del líder de la oposición venezolana.
Desde nuestro púlpito de libertad es a veces muy fácil todo, incluso escribir estos post, en los que semana tras semana gritamos que tenemos que luchar, que tenemos que perseguir nuestros sueños, que tenemos que hacer, que tenemos que buscar nuestra felicidad. Hoy queremos hacer un alto en el camino y utilizando la figura de Leopoldo López, poder hacer un pequeño homenaje a aquellas personas que luchan, incluso poniendo en peligro su vida, por alcanzar un sueño, por perseguir unos ideales, por buscar su felicidad o la de los suyos. Vaya por ellos, todo nuestro respeto, solidaridad y apoyo. El azucarillo de hoy es un homenaje muy sentido a todas estas personas, que han demostrado un valor, y una fuerza dignas de todo respeto y admiración.
“Si fallaste ayer no importa. Hoy tienes la oportunidad de comenzar de nuevo… más inteligentemente” – Anónimo
Hay momentos en los que el mundo se abre bajo nuestros pies, en los que parece que un abismo nos traga, en los que la luz del sol desaparece y todo a nuestro alrededor son llantos y crujir de dientes… estas situaciones lamentablemente se dan en nuestras vidas, y si lo decimos es porque las hemos vivido. Son esos momentos en los que tienes que elegir “pastilla roja o pastilla azul”. Podemos optar por dejarnos llevar, por bajar los brazos, por esconder la cabeza en un hoyo, tal cual hacen los avestruces. Podemos dedicar el resto de nuestra existencia a lamentarnos, a mirar al cielo y a decir ¿por qué a mí? Podemos buscar culpables, pasarnos toda nuestra existencia lamentándonos de nuestra jodida mala suerte.
Seguro no faltará quién venga con mayor o menor verdad, a darnos sus condolencias, a hacer que nos sintamos mejor pasándonos la mano por el lomo, y ahí nos apoltronaremos, en la cómoda sala de la pena. Contaremos una y otra vez, lo tristes que estamos, lo que duele haber perdido, o no haber llegado, o no conseguirlo. Hablaremos de lo que pudo haber sido y no fue. De lo cerca que estuvimos, de lo que lo merecíamos, de que era nuestro. Y así seguiremos dando lástima, bajando la mirada, languideciendo el rostro… Intentaremos de esta manera provocar la condescendencia, que nos den la razón, que nos recuerden lo grandes que somos, y lo injusta que ha sido la vida, los demás, los grandes, los chicos, los verdes, los naranjas con nosotros. Cada nueva vuelta al regodeo de nuestra miseria particular, servirán para encontrar nuevas aristas culpables, nuevas víctimas propiciatorias sobre las que volcar nuestra bilis, ocultando nuestra impotencia, o nuestra ineptitud, o nuestra cobardía, o nuestra falta de humildad, o nuestro no saber hacer…
Cuando todo se tuerce, cuando los planes no salen como queremos, esta puede ser nuestra actitud. Este el camino fácil, y seguro que la mayoría lo verá bien, aunque a nuestras espaldas nos traten de pusilánimes, de débiles, de incapaces… sabiendo en lo más íntimo de su ser, que llegado el caso harían lo mismo.
Pero luego está la otra opción. La de elegir cambiar. La de elegir remangarse y dar la vuelta a las cosas. La que supone estar dispuestos a sufrir, a darlo todo, a no dejar ni una mijita en el tintero, por cambiar las cosas, por mejorar la situación, por intentarlo de nuevo, por aprender de los errores y volver a intentarlo. Nadie nace enseñado. Todos y todas hemos de aprender y a veces el proceso de aprendizaje es muy duro, pero es necesario que creamos, y por supuesto que queramos. No para un rato, no para un momento, si no para siempre y para todo. Pueden llamarme loco, pero no cobarde. Pueden pensar en que somos temerarios, pero desde luego lo preferimos mil veces antes de quedarnos regodeándonos en la miseria, llorando por lo que pudo haber sido y no fue, y sin hacer nada para cambiar, para mejorar, para arreglar, o simplemente para marcarnos nuevos objetivos, para buscar nuevos caminos, nuevos retos, que incluso puedan superior a los anteriores.
Llorar por los rincones no es una opción, no es nuestra opción. Apostamos por la vida, por la lucha por el cambio, por morir en el intento, pero desde luego no por languidecer y podrirnos como ese tomate que se queda olvidado en el fondo del cajón de las verduras del frigorífico, del que nadie echa cuentas, mientras el tiempo va pasando, y sólo un día cuando ya el hedor es insoportable, buscamos su procedencia, y entonces, directamente va a la basura, a ser posible, en la parte más profunda. Aquel tomate que pudo haber sido parte de un guiso artístico, o de un exquisito gazpacho, o al menos haber alegrado el pan de un bocata de sábado por la noche, cuando vuelves hambriento… Aquel tomate no ha sido nada, sólo un elemento pestoso que además puede que haya contagiado al resto de verduras del cajón, y así podremos decir, es que el tomate fue el causante de que se echara a perder el pimiento o la berenjena. El tomate no pudo elegir salir del cajón, pero nosotros sí. Así que nos negamos a pudrirnos en un rincón, pensando en los manjares a los que podíamos haber acompañado o incluso en los que me podíamos habernos convertido.
Optamos por la lucha, por la batalla, por no dejar que la pena nos consuma o por no rendirnos ante la mala suerte. La suerte no es buena o mala, nosotros la convertimos en una u otra cosa, con nuestras acciones, así que hagámosla buena, porque no dejemos de hacer. Porque siempre hay un nuevo comenzar, si estamos dispuestos a ello, y si somos lo suficientemente humildes cómo para reconocer en lo que nos hemos equivocado y aprendemos de ello. Tal vez el nuevo camino que emprendas sea mejor que el anterior… si no lo intentas, no lo sabrás…