El aquí y el ahora

El aquí y el ahora

«El problema es que pensamos demasiado en lo que pasó y en lo que pasará, cuando lo importante es lo que está pasando» – Anónimo

No es la primera vez que hablamos del aquí y del ahora, de aprender a vivir el momento y ser plenamente conscientes de que no existe nada más y que además, no se va a volver a repetir.

El ser humano juega con la memoria, o mejor dicho jugamos con la memoria y con el increíble poder de la rememoración. Tenemos la capacidad de traer al momento actual las mismas emociones que vivimos en un pasado, ya sean buenas o malas, ya nos hagan sentir felices o tristes, o fuertes o melancólicos, o grandes o insignificantes. Pasamos tanto tiempo rememorando lo que fuimos, lo que tuvimos, lo que quisimos, o lo que sentimos, que olvidamos que lo que de verdad tenemos es el aquí y el ahora. Muchas veces aferrarnos a estas emociones nos lleva a que el miedo se haga fuerte en nosotros. El miedo al fracaso, al dolor, al error… y entonces cuando el miedo es el que asume el control, provoca una huida, y de esta manera no nos centramos en vivir el momento, en disfrutarlo, en saber ser y estar, aquí y ahora. Nos refugiamos en lo que fue o nos esperanzamos en lo que puede ser, todo con tal de no afrontar lo que es.

Algunas veces pensamos que porqué no se incluye una asignatura transversal en la educación obligatoria, en la que se nos enseñe a saber estar en el momento. Aprender a disfrutar de estar en el aquí y en el ahora. Saber ser en el momento justo en el que se vive. Sin perderse en el ayer, o sin ensoñar en el después, en el mañana, en el futuro.

No somos conscientes de lo mucho que nos perdemos. Hay incluso quien sin darse cuenta, pierde la vida entre el ayer y el mañana, sin ser consciente de que su existencia está carente del ahora. Tenemos la  jodida costumbre de estar ausentes de nuestro presente, incluso por cosas pequeñas, pero que nos alejan de nuestro aquí. Cuántas veces estamos con amigos pensando en lo que vamos a hacer después, y cuando estamos en ese después, nos dedicamos a pensar en nuestros amigos y estar con ellos… nos perdemos, perdemos constantemente la posibilidad de tomar conciencia y de dedicar el cien por cien de nuestra energía y de nuestro yo a vivir y disfrutar del aquí y del ahora.

Y lo contamos en primera persona, porque por supuesto que también nos pasa. Estamos demasiado socializados en no saber estar en el momento, tanto que aún siendo conscientes de que hay que hacerlo, lo cierto es que cuesta horrores ser capaz de soltar el lastre del chip instalado en nuestro mismísimo cerebro. Pero en las ocasiones en las que se es capaz de hacerlo, de centrar toda nuestra energía en el momento y además, disfrutarlo y ser consciente de que no quieres estar en otro lugar, ni en otro momento, ni en otra compañía, es una experiencia tan potente que llega a asustarnos. Evidentemente la falta de costumbre no juega a nuestro favor.

Vivamos por tanto, el aquí y el ahora, sintiéndolo en todo su esplendor, en toda su plenitud. ¡Vamos!

https://www.youtube.com/watch?v=bDBVD9KPHHU

El arte de hacer encuestas

El arte de hacer encuestas

Una de las consecuencias desastrosas que puede traer una jornada electoral como la vivida el 26 de junio, sin lugar a dudas, es la pérdida de confianza que se genera a nivel social, en las empresas y en los profesionales que nos dedicamos a la demoscopia. Es cierto, que hemos errado – nos metemos todos en el saco- y que además en esta ocasión de forma bastante estrepitosa. Evidentemente es imperioso hacer una autocrítica y una reflexión, pero no queremos que esto sirva para denostar una profesión tras la que hay ciencia y también, hay que decirlo arte, y que tiene como secreto del éxito el que se debe basar en la experiencia y en el buen hacer. Un buen hacer que debe de buscar nuevas fórmulas, o las viejas aplicadas de otra manera, para conseguir sobre todo la veracidad en la información necesaria.

Hace muchos años que damos clase, y llegado el momento de hablar de las encuestas, siempre hemos dicho a nuestros alumnos y alumnas, que un cuestionariojamás puede ser un mero listado de preguntas ya que debe de ser una herramienta diseñada para cumplir unos objetivos. Realmente el hacer un buen cuestionario, no puede ser nunca algo mecánico, sino que más bien todo lo contrario, es un arte”.

Un cuestionario útil para conseguir los objetivos propuestos con la investigación debe estar realizado por profesionales con la suficiente experiencia, y con solvencia técnica más que contrastada, además, hay que insertarlo en todo un proceso, que por muy cuantitativo que sea y por muy innovadores que queramos ser a la hora de recoger la información, utilizando las últimas tecnologías a nuestro alcance, sigue necesitando de un investigador o investigadora jefe, que sea quien “cuadre al milímetro todo”. Y para cuadrar todo al milímetro en un momento como el actual, antes de ponerse a diseñar el cuestionario, hay necesariamente, que hacer un trabajo previo, de tipo cualitativo, que nos permita desarrollarlo en clave de realidad y de identificación, para las personas que lo responderán después. Nos explicamos. El cuestionario tiene que ser reflejo del discurso de la calle, de su vocabulario, de sus preocupaciones, de lo que les importa y de lo que no les importa. Hay que abordar multitud de cuestiones, siendo capaces de llegar a los diferentes escenarios, para que así tenga sentido para quien lo responde y sobre todo que no le resulte un ataque. Por ello, dentro de esta autocrítica y revisión que tenemos que hacer, la primera sin lugar a dudas, está en que hemos de trabajar mucho más el diseño de los cuestionarios, que tiene que ajustarse más a la realidad y sobre todo a poder indagar en lo que realmente es importante, las emociones que son las que llevan a las personas finalmente a dar su voto a una u otra opción política. Tal vez sea el momento de indagar mucho más en las posibilidades de la neurociencia aplicada a este mundo.

Es por todo esto, por lo que no vale recurrir a bancos de preguntas de esos que existen en internet, o a cuestionarios de otras épocas que tengamos en nuestro propio banco… a la hora de plantearlas hay que ser muy conscientes de la realidad socioeconómica de cada momento, por ello, no puede ser el mismo cuestionario el que se aplique en junio de 2016, que el que se aplicó en diciembre de 2015, o el de 2011, sencilla y llanamente, porque la realidad, política, social y económica del país, no es la misma.

Otra cuestión de suma importancia es la muestra que se elige. El número de encuestas es fundamental, pero más importante aún es a quién se pregunta, por lo que la elección de las personas concretas que formarán parte de la muestra es uno de los elementos básicos para la consecución de los objetivos. Por ello las muestras deberán ajustarse a unos parámetros previamente establecidos (sexo, edad, lugar de residencia, nivel de estudios, etc.) y no deberemos de movernos de ahí, porque de esa manera aseguraremos los resultados, siempre evidentemente moviéndonos en los márgenes de error establecidos. Por ello el equipo de encuestación debe estar perfectamente formado, y profesionalizado.

Y hasta aquí cuestiones que podemos denominar generales y previas. Aunque el auténtico arte llega después, una vez que el trabajo de campo ya está hecho. En lo que se denomina la cocina de las encuestas. Aquí es donde realmente las empresas no nos la podemos jugar y donde necesitamos contar con la experiencia y la cualificación profesional de las personas encargadas de ejercer de masterchef.

Cuestiones a tener en cuenta:

  • El voto útil: este es un aspecto que siempre se tiene que barajar, pero mucho más en las últimas elecciones, debido al hartazgo que ha provocado en el electorado la situación de desgobierno, que ha durado más de 6 meses y que se ha querido evitar a toda costa, por lo que en muchos casos se impone lo práctico, a cualquier otra emoción o devoción.
  • El voto oculto: este es uno de los grandes caballos de batalla en todas las elecciones, pero en estas lo ha sido más, ya que existe cierta vergüenza social a manifestar públicamente que se va a votar a partidos que han tenido en sus filas escándalos, por lo que se tiende a decir que no se sabe a quién se votará, o que se hará en blanco o hasta la abstención. En algunos casos, incluso se suma al carro de la reputación, para “quedar bien”.
  • La reputación: en los procesos electorales y sobre todo en los últimos, el electorado se ha encontrado con partidos que llegaban “vírgenes” a la batalla política, por lo que se presentan impolutos y sin manchas, no como los “antiguos” que llegan con muchos motivos para callar. Esto también hace que haya personas que hayan manifestado en las encuestas, que iban a votar o en las que se hacen a pie de urna, que habían votado a alguno de estos partidos, para así sentirse socialmente más aceptado e incluido en lo “socialmente correcto” que es alejarse de las viejas guardias.

Sólo las personas de arraigados y profundos principios son las que manifiestan claramente su intención de voto, las que no se avergüenzan de reconocer a quién han votado, porque su nivel de identificación con unas siglas es total, por lo que es un orgullo manifestarse. Esta tipología hay que reconocer que cada vez es más escasa, sobre todo en lo que a los partidos tradicionales se refiere, lógicamente debido a los continuos casos de corrupción y de escándalos varios en los que se han visto inmersos. Es cierto que este tipo de votante es en la mayoría de los casos mayor de 40 años, y viene de haber vivido una experiencia vital muy arraigada con peso importante de los valores familiares, y con un nivel de identificación que pasa por haber tenido experiencias que incluso hayan podido marcar de forma personal o profesional, la elección política. En cuanto a los más jóvenes, también podemos encontrarnos con esta tipología, pero en este caso, fundamentalmente motivados en valores asociados a la emoción, a la necesidad de cambio y de sentirse pieza fundamental en la construcción de un nuevo modelo político y social, con el que sentirse más identificados.

Por todo esto, y teniendo en cuenta todo lo que hemos comentado, la cocina electoral, es sin lugar a dudas, alta cocina, sólo al alcance de los más expertos chefs. Por todo ello la reflexión que hay que hacer no es que las encuestas no sirven, no, ni mucho menos, la reflexión que tienen que hacer desde algunas empresas va más por el sentido de ¿en qué nos hemos equivocado? La estadística está contrastada, así que el error debe de haber venido por la forma, tal vez demasiado amateurizada de realizarla.

No obstante, nos gustaría terminar con una reflexión. Es cierto que tenemos mucho que mejorar, y que hay mucho por trabajar, vaya eso por delante. Ahora bien, sabemos que las encuestas a pie de urna realizadas para los medios de comunicación han fallado estrepitosamente, pero ¿qué pasa con las internas de los partidos, también han fallado, o esas sí que han acertado? Ahí lo dejamos. Hasta el próximo proceso electoral, que esperemos que sea el que corresponda en tiempo y forma, y que no nos veamos avocados a seguir en un estado de desgobierno absoluto.

Aquí y ahora, no hay más.

Aquí y ahora, no hay más.

“Sólo existen dos días en el año en los que no se puede hacer nada. Uno se llama ayer y otro mañana. Por tanto hoy es el día ideal para amar, crecer, hacer, y principalmente vivir.” – Dalai Lama

Hay algo que parece tan fácil, pero que los seres humanos complicamos en sobremanera y es sencillamente el ser capaces de vivir en el aquí y en el ahora. Nos pasamos la vida moviéndonos en la línea del tiempo, al menos de forma emocional, a través de nuestro consciente e incluso con la inestimable ayuda de nuestro subconsciente. Capacidad única del ser humano para tener el cuerpo en un sitio, y viajar hacia cualquier otro con su cabeza.

Con respecto al pasado tendemos a machacarnos con lo que pudo haber sido y no fue. Volvemos constantemente con la idea errónea de que este viaje nos permitiría cambiar algo, para así poder tener un presente futuro. Está claro que esto es imposible, pero lo que sí es cierto que esa culpa por aquello que hicimos o no hicimos, nos la traemos constantemente al presente, revivimos ese dolor, esa angustia, y lo cierto es que nos sirve sólo como coartada perfecta para anclarnos en el tiempo pasado y no hacer nada en el presente. Lamernos las heridas, llorar por lo que perdimos, o por lo que nunca tuvimos.

El ser humano, en un momento dado, necesita experimentar esas emociones, por supuesto, pero lo que no puede hacer es quedarse a vivir en ellas. Si nos equivocamos, si hicimos algo mal, porque estemos toda la vida flagelándonos, no vamos a cambiar lo que hicimos o lo que no. Por tanto, ¿qué es lo que hay que hacer? ¿olvidar sin más? No, eso tampoco funciona.

La hoja de ruta es clara. Lo que hay que hacer lo primero es reconocer que se actuó mal. Lo segundo asumirlo. Lo tercero intentar saber porqué se hizo, y cuarto, a partir de ahí, aprender lo que sea posible, y dejarlo atrás, quedándonos sólo con la enseñanza y desechando el dolor.

Este ejercicio la primera vez que nos ponemos a hacerlo, por experiencia, no resulta nada sencillo. En el fondo nos es más cómodo, quedarnos regodeándonos en nuestra miseria, en nuestra pena y en nuestra desgracia, ya que como decíamos más arriba, son sin lugar a dudas, los aliados perfectos para no hacer nada en el presente. Pero esto no nos lleva a ningún lado. Sólo a ser cada vez más desgraciados y desgraciadas, a hundirnos más por nosotros mismos, sin necesitar ni siquiera una ayuda externa. La autodestrucción se convierte en nuestro leitmotiv, y somos incapaces de actuar en el presente. Por desidia, por resentimiento, por culpa… en definitiva, por todo y por nada.

Y si malo es estar anclado en el pasado, viajar al futuro, sin pasar por el presente, tampoco es algo que nos ayuda a tener una vida más plena. Casi este caso es peor que el anterior. Podemos vivir en una angustia vital continua, pensando en todo aquello que nos puede suceder. En la enfermedad, en que nos abandonen, en la pérdida, en el desastre… es insoportable estar constantemente con esos miedos. Nos generan una ansiedad y un agobio que nos lleva a no ser nada, a no hacer nada, e incluso a paralizarnos. El “y si…” se convierte irremediablemente en el mayor lastre en nuestro presente.

Dejamos de hacer, de sentir, querer, en definitiva de vivir, porque “y si me duele”, “y si me dejan”, “y si no le gusto”, “y si no me quiere”… No nos damos cuenta de que todos esos “ysis” lo que hacen es impedir que vivamos, impedir que probemos, impedir que aprendamos, impedir en definitiva que podamos tener una vida.

Aquí lo tenemos claro. Hemos optado por el aquí y el ahora, no con la promesa de la felicidad, no, ni mucho menos, pero sí con la promesa de vivir, de sentir, de sufrir, de reír, porque al final y al cabo, todo eso forma parte de esa misma historia que es sí, la vida, y sólo tenemos una, así que no la desaprovechemos.

Vive en el aquí y en el ahora, aprende lo que puedas del pasado, sin torturarte por él, y no te dejes arrollar por el miedo de lo que pasará. El único momento de tu vida en el que puedes hacer algo para cambiar las cosas es justo ESTE, ES AQUÍ Y AHORA, es lo único real.

Hiel y miel, derrota y victoria, las dos caras de una misma moneda llamada vida

Hiel y miel, derrota y victoria, las dos caras de una misma moneda llamada vida

La derrota es un estado de ánimo. Nadie ha sido vencido hasta que la derrota se haya aceptado como una realidad – Bruce Lee

Qué bonito se ve todo desde la perspectiva de la victoria, cuando todo son abrazos, besos, risas, felicitaciones. Hay pocas emociones que nos produzcan mayor subidón y que nos hagan sentir miles de sensaciones diferentes, todas positivas, todas … Está claro, la victoria es fácil de vivir, de sentir, de experimentar, y es una de las aspiraciones que como seres humanos tenemos, vencer. Pero ¿qué pasa cuando el resultado es una derrota?

Las derrotas duelen, muestran nuestras vergüenzas y nuestras debilidades. Pueden ser el detonante de rupturas, y el inicio de problemas. Pero esto sólo sucede, si nosotros lo permitimos. Quién no ha sido derrotado, no puede entender lo que supone la victoria. La miel del triunfo sólo se puede disfrutar en su justa medida, cuando se conoce la hiel del fracaso. Pero las grandes personas, no se forjan en las victorias, se forjan en las derrotas, ya que el arte de vencer sólo se aprende tras haber sido derrotado o derrotada en muchas ocasiones. Parecen palabras bonitas, pero son mucho más que eso. Están escritas desde el puro convencimiento de quién ha caído y ha sido capaz de levantarse. Todos podemos, si queremos. Pero tenemos que querer y tenemos que estar dispuestos a hacerlo. Caerse es lógico, es humano, es normal, porque no somos dioses, ni vivimos en el Olimpo. Somos humanos que fallamos, que nos asustamos, que nos quedamos atenazados, porque a veces precisamente el miedo a ser derrotados es el que se alía en nuestra contra y el que más pone de su parte para que la victoria se aleje de nosotros.

No hay grandes secretos, sólo se necesita un fuerte convencimiento de que se quiere lo que se busca, aquello por lo que se pelea, y que cualquier esfuerzo que haya que hacer por conseguirlo, es necesario, porque sencilla y llanamente, “si me caigo, me levanto”. La perfección tal y como la idealizamos sólo existe en el mundo de los cuentos. La perfección en nuestro mundo, en el real, es no dejar de intentarlo, es tirar la toalla la primera vez que te caes, es dejar que las lágrimas puedan contigo, en vez de utilizarlas como combustible mágico que te sirva para empujarte hacia tu meta.

A veces parecemos olvidar que las victorias son el fruto de muchas pequeñas derrotas y que el miedo puede ser nuestro peor enemigo, ya que intentará aliarse con nuestro ego, para que no sigamos intentándolo, así nuestra imagen superlativa no sufrirá, ya que si no hacemos algo, obviamente no lo podemos hacer mal (aunque bien, tampoco).

Así que no lo olvidemos, porque mañana es tarde, y ayer ya no existe, y mañana está por llegar, por lo que no debemos martirizarnos con lo que pudo haber sido y no fue. El ayer sólo está para intentar aprender de los errores, empezando por tener la valentía y la gallardía de reconocerlos, y afrontarlos y por supuesto de decir, aquí estoy para cambiar lo que tenga que cambiar, porque quiero, y como quiero puedo, porque sólo seré derrotado de verdad si soy incapaz de seguir luchando, de seguir intentándolo, de seguir creyendo.

La verdadera derrota, y no es palabrería, es no tener la valentía de intentar las cosas, no levantarnos cuando nos caemos. Si tras una caída buscamos aquello que nos dé el impulso suficiente para levantarnos de nuevo, habremos ganado. Pero si después de caer, me pierdo en las excusas, y no sigo intentándolo, entonces habré perdido, habré sido derrotado por mi peor enemigo. Mi procrastinación, mi cobardía, mi miedo.

Por lo que pueda pasar, y a quién le pueda interesar, decido seguir levantándome tras cada caída, pese a que sean muy dolorosas, a que me partan el alma, a que mis ilusiones se queden inválidas… seguiré intentándolo, simple y llanamente porque cuando tienes el convencimiento de que cuál es tu destino, no importa lo duro que sea el camino, ni las piedras que encuentres en él. Aprendes a ir disfrutando de cada momento, de cada instante, a vivirlo como si no hubiera un mañana, y por supuesto, a seguir caminando.

Que no te engañes, que nadie es perfecto y que todos y todas tenemos derecho a equivocarnos, a errar, a caernos, pero recuerda que este derecho lo ganamos, cuando nos obligamos a no dejar de pelear, a no dejar de intentarlo. Prediquemos con el ejemplo y que sean las obras y no las palabras, las que hablen por nosotros.