Elegir el camino ¿trato o truco?
“Si eres lo suficiente afortunado como para ser diferente de todos los demás, no cambies” – Taylor Swift
Ser diferente mola, es cool. No someterse a los cánones sociales es algo que alabamos, es algo que nos parece interesante, rebelde, guay… pero ¿mentimos o lo creemos de verdad? Es muy fácil decir a los demás que no importa que estés pasado o pasada de peso, o que no seas una guapura, porque “la belleza está en el interior”. Animar a quien quiere hacer cosas que se salgan de lo común para que se lance al vacío, muchas veces incluso sabiendo que se va a estrellar, pero lo hacemos, animamos a esas personas. Nos parece que es mucho mejor y mucho más interesante ser diferentes, ser nosotros mismos, y ese es el consejo que damos a los demás, que se atrevan, que lo hagan, que persigan sus sueños, pero ¿y nosotros? ¿qué hacemos?
A nivel teórico y como idea romántica, ser diferentes nos parece genial, pero cuando lo eres, y tienes que vivir con esa diferencia, sea la que sea, entonces ya no te lo parece tanto. Nos da miedo ser quiénes somos, porque el no ser como los demás, implica el vivir de otra manera, el tener otras reglas, el asumir retos, el hacer otras cosas. En definitiva el salir del círculo de comodidad. Abrir una puerta nueva, sin saber lo que nos vamos a encontrar detrás y esto asusta, y asusta mucho, porque lo desconocido nos aterra. Muchas veces como dice el refrán preferimos “lo malo conocido, en vez de lo bueno por conocer” y eso tristemente en muchas ocasiones nos hace llevar existencias anodinas, nos hace ser personas grises, no brillar, no lucir, no ser felices, pero claro… sabemos dónde estamos, sabemos dónde vamos, sabemos lo que podemos esperar. Vivimos en la tranquilidad y en la comodidad de lo “conocido” de lo “esperable” y con eso nos conformamos. Tenemos nuestros momentos de rebeldía cuando le decimos a los demás que se lancen a esto o a aquello, porque en el fondo lo que sentimos es una tremenda envidia, porque tal vez ellos o ellas se atrevan a hacerlo, mientras que nosotros seguimos siendo “políticamente correctos”, seguimos siendo “totalmente aburridos”. Lo peor de todo es que muchas veces tenemos conciencia de qué es así, pero pese a ello no nos atrevemos a ser ridículos, no nos atrevemos a mostrar nuestros errores, o a caernos, o a sufrir, o a lastimarnos. No, seguimos el camino establecido, aunque este camino nos haga sentir muñecos o muñecas de goma, que mantienen una sonrisa marcada en la boca, mientras aprendemos a vivir, sin padecer. En el fondo, nadie quiere esto, nadie quiere vivir así, todos y todas preferiríamos ser “locos felices”, antes que “cuerdos tristes”, pero hay algo que nos atenaza, que nos impide luchar por lo que de verdad queremos, y eso es el miedo, es nuestro ego en forma de pepito grillo que repite una y otra vez que es mejor “lo malo conocido que lo bueno por conocer”.
Desde aquí no se trata y nunca se ha tratado, ni se tratará de decir a nadie lo que tiene o no que hacer, lo que debe o no hacer. Este espacio sólo pretende ser una puerta que se abre para la reflexión, y que en todo momento parte de una realidad práctica de quién lo plantea. Recordado esto, sólo querríamos decir una cosa con respecto al tema de hoy.
Da miedo ser diferente, da miedo querer cosas distintas a las que anhela el resto. Nos asusta abrir puertas sin saber lo que hay detrás, o asomarnos a ventanas que ni siquiera sabíamos que existían, pero merece la pena. Nadie puede asegurar que las cosas salgan bien. Nadie nos puede decir que nos alegraremos, que seremos más felices, si somos capaces de querer otras cosas. Pero sí hay una cosa cierta. Atrevernos a hacer lo que realmente queremos, independientemente de que sea más o menos correcto de cara a los cánones de la sociedad, nos hace sentir cómo la vida corre por nuestras entrañas. Pensemos que la mayoría de las cosas que hoy nos parecen absolutas, o correctas, son simples realidades culturales. Así que desde la experiencia propia, pese al dolor, a la incertidumbre, al error, a la equivocación, a meter la pata… a todo, es mejor ser valiente. Como decíamos hace algunas semanas, mejor es lamentarse por lo que se ha hecho, que arrepentirse por lo que no se fue capaz de hacer. Es mejor tener y después que perder, que nunca haber tenido.
A fin de cuentas, de lo que estamos hablando es de que es mejor vivir, sentir, sufrir, llorar, reír, gritar, bailar, tropezar… que ser una figura de plástico, tan correcta, tan bonita, tan perfecta… tan muerta. Esta es una visión totalmente personal, sólo necesitamos ser humildes para aprender. ¿Y tú? ¿Qué prefieres? ¿A qué te atreves? ¿Te vienes a la zona de pánico?