“No tengas miedo de avanzar y arriesgarte. Ten miedo de no hacer nada y quedarte en el camino” – Anónimo
Esta semana queremos hablar del miedo,esa emoción humana que nos paraliza, nos convierte en conejillos asustados, o en avestruces haciéndonos esconder la cabeza. Es probablemente una de las emociones que menos sabemos controlar, que más nos domina, a veces sin ni siquiera ser conscientes de ello. Esa sensación de angustia que nos provoca, que muchas veces es más imaginaria que real, hace que dejemos de buscar nuestras metas, que dejemos de andar nuestro camino, para quedarnos en nuestro pequeño círculo de comodidad, que bueno o malo, nos es conocido.
El miedo hace que no te atrevas a hacer cosas en las que probablemente podrías tener éxito, pero la angustia ante el fracaso (miedo) hace que no te atrevas y quién sabe, que a lo mejor no seas ese artista, esa bailarina, ese pintor o esa motorista… nunca sabrás si podías o no haber llegado, porque tu miedo a no conseguirlo, impidió que lo intentaras…
Otro miedo es a lo desconocido. El resultado que provoca es el mismo. La inacción por temor a lo que pueda pasar, a lo que me pueda encontrar, a lo que pueda aparecer, a lo que pueda descubrir…
¿Y qué decís del miedo al ridículo? A que se rían de mí. A que no me tomen en serio. A que crean que como profesional no estoy a la altura, a que no sé contar chistes, cantar, o bailar… mejor de verdad, quedarse quitecito o quietecita, a ser posible en un discreto segundo plano y así no habrá que enfrentarse a la posibilidad de que haya quien se burle o quien se ría, o quien bromee con lo que hacemos, o con cómo nos movemos…
Ahhhhh el miedo, ese malvado que nos hace ser grises cuando tal vez podríamos brillar. Que nos hace dejar de reír, de sentir, de gritar, de ser libres, en definitiva de ser nosotros mismos. Claro está, es que el miedo es muy malo. ¿Verdad? Pero una pregunta ¿qué hacemos para luchar contra el miedo? ¿Cómo lo enfrentamos? ¿O es que simplemente muchas veces lo utilizamos como excusa, ya que nos viene muy bien, para así poder justificar ante el mundo ante nosotros mismos, simple y llanamente nuestra cobardía? Sinceramente, muchas veces sí. Aunque claro está, no faltarán las voces que lleguen a explicar que se trata de prudencia, se trata de sensatez, se trata de precaución… jajajaja… vamos a llamar a lo blanco, blanco y a lo negro, negro, es COBARDÍA.
Cierto es que existe o debe existir dentro de nosotros el respeto, es decir la capacidad de analizar y valorar lo que vamos a hacer, lo que vamos a emprender, para de esta manera, intentar hacerlo de la mejor forma posible. Para que lo hagamos intentando que las posibilidades de éxito sean mayores. Pero eso es respeto, y es positivo, no es miedo, porque el miedo, siempre es negativo, básicamente porque te anula como ser humano, te arrincona y lo que es peor, te hace creer que esa es la mejor opción, la de la prudencia… repetimos, como las natillas, jajajajajaja. ¿Prudencia?
Lo cierto es que el no enfrentar nuestros temores, nos lleva a la mediocridad, a no alcanzar nuestra verdadera felicidad, a no ser capaces de llegar a ser todo aquello en lo que nos podemos convertir. Si somos capaces de dar el paso y abandonar lo que nos da confort, lo que no nos asusta, estaremos a un tris de abrir la puerta a infinitas posibilidades. No olvidemos que las personas ganadoras, no tienen miedo de perder, porque fracasar es sólo parte del proceso del éxito, sólo tenemos que ser capaces de seguir adelante.
El ejercicio que os proponemos esta semana es bien fácil y a la vez el más difícil del mundo. Vamos a atrevernos a decir, al menos tres cosas que haríamos si no tuviéramos miedo. Miedo al fracaso, a lo desconocido, a errar, a hacer el ridículo, a caerme…. Al menos tres… ¿Somos valientes al menos para reconocerlas? Está claro que ese será el primer paso en el camino hacia vencerlas. Pasad buena semana y no olvidéis este ejercicio. Sed valientes. La recompensa es nada más y nada menos que LA FELICIDAD.
“No te rindas, por favor no cedas, aunque el frío queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se esconda, y calle el viento, hay fuego en tu alma, aún hay vida en tus sueños. Porque la vida y tuyo también el deseo, porque cada día es un comienzo nuevo, porque esta es la hora y el mejor momento” – Mario Benedetti
Probablemente en el recuerdo de muchos de nosotros está la famosa frase de Tagore, que esta semana encabeza este post. Recordamos, aquellas postales de dibujos en tono pastel, con muñecos de ojos grandes, y con la frase escrita utilizando letras de molde. Con la inocencia de la adolescencia, la lectura que hacíamos de esta frase tenía un trasfondo muy idílico. Hoy queremos hacer otra lectura, desde un planteamiento mucho más maduro y sobre todo más práctico.
Muchas veces tendemos a centrarnos en todas aquellas cosas que no conseguimos, en los objetivos que no logramos. Esta actitud en general es negativa y nunca va a ser positiva para nosotros. Si nos quedamos anclados en lo que no hemos alcanzado, no seremos capaces de avanzar, no podremos crecer. Podemos utilizar lo no conseguido como auto excusa para no seguir trabajando. Nos podemos agarrar a esta situación, y utilizarla para lamernos las heridas, irnos a un rincón y dedicarnos a llorar por todo aquello que no hemos conseguido.
Es evidente que con esta actitud no se puede ir a ningún sitio y que no nos va a permitir crecer, ser mejores, y o bien volver a intentarlo, o incluso optar a nuevos propósitos. Esta actitud de vivir en el pasado, de lamentarnos, es castrante, y no nos sirve. Hemos de desecharla totalmente, porque es imposible avanzar con un lastre semejante.
Tampoco podemos dejar que las personas tóxicas que pueda haber a nuestro alrededor nos machaquen y nos martiricen y no nos dejen avanzar con su constante recordatorio, tal que “pepito grillo” de lo que no hemos conseguido, de dónde no hemos llegado. Hemos de saber decir NO, hemos de alejar a estas personas, por mucho que nos pueda doler la situación, ya que algunas veces, incluso personas que nos puedan querer, que nos aprecien, pueden caer en este “machaque” incluso, pensando en que lo hacen por nuestro bien, para “que no suframos”.
Ya lo hemos comentado desde esta ventana muchas veces, el no conseguir algo, el no alcanzar una meta, es decir, el sufrir un fracaso no tiene porqué ser ningún final. Todo lo contrario, puede ser el principio de una nueva aventura, de un camino diferente, de algo distinto, o simplemente el aprendizaje que nos haga repetir, pero de diferente manera, para así alcanzar la meta, esta vez desde otra perspectiva, haciendo cosas diferentes, yendo por sendas alternativas.
Como siempre hemos defendido desde nuestro dulce bastión azucarero, un error, un fallo, es simplemente eso, no supone para nada ningún final. No hay que rasgarse las vestiduras, ni quedarse anclado. Hay que indagar porqué se ha producido, pedir disculpas si es necesario, y seguir hacia adelante, poniendo en práctica lo aprendido, y sobre todo, sin perder la ilusión, sin perder las ganas, con la misma pasión, o incluso con más. Lo hemos dicho por activa y por pasiva, si te caes te levantas, no hay más. La “Teoría del Tentetieso”. La verdad es que no es fácil, pero tampoco imposible. Como hemos dicho muchas veces, hay que querer, hay que hacerlo y hay que ser constante. Esa es la auténtica fórmula del éxito. No hay más secreto.
Evidentemente no queremos engañar a nadie, fácil no es. Porque duele mucho cuando te caes, porque hace daño el que te zancadilleen, porque a veces te faltan las fuerzas, porque hay momentos que crees que no vas a poder seguir, pero pese a todo, es importantísimo seguir, y seguir y seguir y no parar. Contra viento y marea, seguir haciendo, haciendo y haciendo. Es muy complicado, no nos engañemos, pero es posible, y en ello estamos. No desistáis.
“Sólo el hombre íntegro es capaz de confesar sus faltas y de reconocer sus errores” – Benjamín Franklin
Errar es humano, esta es una gran verdad, y un principio que debemos asumir, tanto con respecto a nosotros mismos, como con respecto al resto. Ahora bien, esto no significa que sea una «patente de corso» que nos sirva para justificar cualquier situación, o cualquier actuación.
Si no nos equivocáramos seríamos seres perfectos, y la perfección no existe, además, particularmente creo que sería muy aburrida. Así que centrémosnos en los errores. En primer lugar hay que ser consciente de que lo más importante en el momento en el que cometemos un error, es simplemente reconocerlo. Lo peor que se puede hacer es intentar ocultarlo a base de excusas, o lo que es peor, de mentiras. Lamentablemente es lo que tendemos a hacer. Es lo más fácil. Buscar excusas, buscar culpables y no asumir que hemos sido nosotros, y ya está. Siempre he creído que reconocer un error, reconocer que nos hemos equivocado en algo, o simplemente que hay cuestiones que no conocemos, es un acto de valentía, e incluso de grandeza. Pero porqué nos cuesta tanto reconocer un error. En primer lugar está la cuestión de dejar al descubierto nuestras propias miserias e imperfecciones. Y a nadie le gusta mostrar sus vergüenzas, y descubrir al resto sus vulnerabilidades. Y ¿por qué? Básicamente por nuestro orgullo, por nuestro ego, que de forma mal entendida nos hace ver que pareceremos débiles mostrando al resto que nos hemos equivocado. Cuándo más bien es todo lo contrario, sobre todo por una cuestión muy importante. Podremos disimular y hasta engañar al mundo, pero no podremos automentirnos. Nosotros siempre sabremos que hemos hecho mal, que hemos errado, y esa sensación de fracaso estará ahí. La única forma realmente de liberarnos es reconocerlo. Equivocarse es humano, ya lo hemos dicho. Nadie es perfecto y a todos nos pasa. Por eso hemos de tener la valentía de reconocerlo. El efecto inmediato será que podremos ser más nosotros mismos, que aprenderemos a ser más tolerantes con el resto del mundo, y por tanto, que eso nos llevará a ser mejores personas y mejores profesionales.
¿Qué es más digno de respeto el profesor que se equivoca y que cuando es «descubierto» por su alumnado busca mil excusas o articula técnicas más o menos rebuscadas, para salir indemne, del tipo, «es que quería pillaros», o aquel que simplemente reconoce su error y pide disculpas, sin histrionismos, y sin dramas? Decir me he equivocado, lo siento, es un acto de valentía, ya lo hemos dicho, y también de liberación, parecer perfecto o perfecta las 24 horas del día, es tremendamente agotador.
Por tanto, el primer paso es reconocerlo, pero este reconocimiento, si es sincero, implica necesariamente un segundo paso, que es aceptar las consecuencias. Hay que tener el coraje suficiente para asumir las consecuencias de las equivocaciones. Podrán ser más o menos duras, dolernos o no, pero lo cierto es que hay que tener la suficiente gallardía como para asumirlas. En este momento es cuando realmente empezamos a forjar nuestro cambio y nuestra evolución, cuando lo aceptamos, interiorizando, por supuesto el aprendizaje que lleva implícito. Es como cuando eres adolescente y llegas tarde a casa y te castigan sin salir en un tiempo. Probablemente la próxima vez estarás más pendiente de la hora. Es importante aprender de nuestras equivocaciones, para que no vuelva a ocurrir, o para mejorar. Al fin y al cabo esa es la forma en la que la humanidad ha ido evolucionando y progresando, a través del proceso de «ensayo-error». Es una concepción absolutamente empirista del desarrollo del conocimiento, y a la vez totalmente válida.
Pese a que el «hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra», los errores nos deben de servir para aprender y para evolucionar. Y por supuesto, tampoco lo que podemos hacer es abandonar el propósito de enmienda, es decir, acostumbrarnos a pedir perdón o disculpas, reconociendo el error y a no hacer nada para que no vuelva a suceder. Esto es lo que pasa cuando realmente ese reconocimiento no es interno, sino que simplemente lo hacemos de cara a la galería, motivados por nuestro orgullo y por nuestra egolatría. Actuar de esta manera, sólo de cara a los demás, nos hará seguir siendo pequeños, y mezquinos, y además nos obligará a tener que seguir viviendo con la losa de la mentira y la falsedad, tanto en nuestros planteamientos, como en nuestras actuaciones, y sinceramente ¿merece la pena vivir así? ¿Merece la pena renunciar a ser nosotros mismos, en pos de un ideal que lo único que hace es esclavizarnos ante el qué dirán?
Errar es una forma de crecer, una forma de evolucionar, y así hay que tomárselo, sencilla y llanamente como un elemento más que forma parte en el proceso de evolución y desarrollo de cada uno de nosotros, tanto a nivel personal, como a nivel profesional. Tras nuestros errores, siempre tiene que haber una intención real de mejorar, de evolucionar, y así es como nos podrán ayudar a convertirnos en mejores personas, en mejores profesionales.
Por tanto ante un error, primero reconozcámoslo; segundo, pidamos disculpas sí fuera necesario; tercero, intentemos aprender lo máximo posible; y finalmente, en cuarto lugar, hagamos lo posible, para no volver q cometer el mismo error. Cuatro pasos muy útiles para crecer, para evolucionar, y muy sencillos sí estamos dispuestos realmente a crecer y a mejorar. Para ello la humildad será nuestra mejor aliada, acompañada de las ganas de evolucionar.
Y después de todo este análisis, responde ¿reconocemos de verdad nuestros errores? Y tú, ¿eres capaz de asumir las consecuencias de tus errores?